El día que Hawking y yo nos encontramos.

Ayer, mientras desayunaba, mi consorte me espeta "¿Sabes quién se ha muerto...?". Pues no, la verdad. "... Stephen..." ¡¿King?!, contesto, con cierto apuro . "No: Hawking".

Es curioso porque de King he leído sólo dos o tres libros siendo muy joven y de Hawking creo que he ojeado todo lo que ha caído entre mis manos hasta que mi corto entender se llenase de conceptos incomprensibles. (Supongo que esta rápida asociación viene por un reportaje sobre Maine que había visto noches atrás.)

Siempre me ha interesado el Universo. La culpa, seguramente, es de Sagan, que pegaba muy fuerte con su serie Cosmos cuando los de mi generación éramos niños. También de la visita del Halley. Y de mi padre, que me enseñaba los nombres de algunas estrellas y constelaciones. Incluso de un ex, que, en un acto entre romántico y erudito, me llevó a observar el plenilunio con un telescopio, fresas y vino blanco (y me quedé alucinada por la superficie lunar, claro).

A Hawking le conocí (su obra, vamos) de la forma más peculiar que se puede conocer a un científico, es decir, por mor de un desfile de moda.

Corría principios de los 90 cuando yo estudiaba 3º de BUP, el mejor año del insti. Aún no se notaba la presión de COU ni de la selectividad y, lo mejor, se celebraba el viaje de Paso del Ecuador, es decir, el primer viaje tocho sin padres a una ciudad lejana y con las hormonas desatadas.

Para que nos saliera económico, en mi colegio (de curas) se hacían fiestas temáticas los viernes después de clase en una discoteca con la que habíamos apalabrado la mitad de la taquilla y un tanto por ciento de la barra (¡ay, los 90! luego dirán por ahí que fue una década triste).

El viernes más esperado por todos era el de la pasarela. Se preparaba con respetado esmero durante meses. Conllevaba unas elecciones (de guapos y guapas) dentro de la clase, hablar con tiendas de ropa del pueblo, encontrar un presentador (curiosamente el nuestro fue el que después me llevó años después a ver la Luna), seleccionar una lista de canciones y muchos ensayos para que la coreografía quedara fetén.

Algunos de los chicos seleccionados eran internos del cole y eso conllevaba un trámite más o, mejor dicho, varios. Persuadir a los padres del elegido, encontrar una casa de un compañero donde se pudiera quedar a dormir esa noche y convencer a los frailes entre padres del interno, padres acogedores y alumno interesado.

Normalmente los chicos (hombres) se solían quedar en casa de algún otro chico (hombre), pero en mi año, en casa de mis padres, siendo yo chica (mujer), se quedó Toni (hombre), uno de mis mejores amigos de clase, compañero del equipo de atletismo, del de ciencias y de pifias varias.

Debió de pillarme aquel desfile en una época dormilona porque cuando me desperté a la mañana siguiente, Toni ya se había acicalado, tenía su maleta preparada, la cama hecha y estaba leyendo en el salón, recostado sobre el brazo de uno de los sofás.

– ¿Qué lees?

– Breve Historia del Tiempo, de Hawking. ¿Lo conoces?

Pues no, la verdad. Y, durante aquel opíparo desayuno que se solían gastar mis padres los findes, me quedé totalmente fascinada de la extraña naturaleza de los agujeros negros.

Bon voyage, mister Hawking!