17/5/18

No sin mujeres.

La última vez que estuve en Madrid me pilló todo el mogollón del 8 de marzo. Yo encantada. No iba a ser la primera vez que fuera a esta manifestación, ni será la última.

El tema de conversación estrella aquellos días en calles, bares, medios de comunicación y espero que hogares era la que se había montado con la huelga de las mujeres. Saliendo días después con uno de mis mejores amigos a tomar unos blancos por el corazón castizo de la capital, hablamos de, obviamente, feminismo.

Me interesaba conocer su postura al detalle. Le estimo mucho y sé que cuenta con la mayoría de las virtudes que te hacen ser buena gente y buen trabajador. Lo que no tenía claro era su opinión acerca de las mujeres. Sí, vale, que le gustan y tal, pero respecto a nuestro papel en la sociedad más allá del de compañeras, ¿qué opinaba? No me extrañó demasiado su punto de vista machista. Yo misma lo he sido y de vez en cuando todavía me pillo en algún renuncio.

Con el tema de la brecha salarial no hubo mayor problema. No creía al principio eso de que las mujeres cobráramos menos por el mismo empleo. "En mi trabajo no pasa", lo cual es maravilloso tratándose de una alta institución europea, "y no conozco a nadie que le haya pasado". Le contesté que a mí me conocía desde hacía años aun desconociendo el detalle de que en uno de mis últimos trabajos cobraba bastante menos que mis colegas varones por el mismo desempeño, incluso teniendo más antigüedad que casi todos ellos.

Lo de las cuotas fue más complejo. Quizá porque es un barco al que me he subido hace poco y cuesta. Nunca he sido partidaria de imposiciones numerarias ni de ningún otro tipo. Me horripila que se tenga que hacer porque sí en vez de porque una persona tiene más valía que otra para llevar tal o cual asunto.

El caso es que cuando nos dejan como sociedad a nuestro libre albedrío en este sentido, en la configuración de órganos de poder –desde la junta directiva de una empresa hasta un comité de expertos– se da una ínfima paridad. Si la población mundial se divide casi en su mitad entre señores y señoras, ¿por qué no sucede lo mismo con el poder, con las academias y centros de estudio, con los premios, con la representación pública, con la Historia, etcétera?

No soy experta en temas de género, pero me gusta observar. Y lo que observo es que es tremendamente complejo renunciar a un privilegio, sobre todo cuando ese privilegio está metido tan a sangre en nuestra manera de pensar que no parece tal. Lo vemos normal, cuando el hecho de que sea habitual no justifica su supuesta normalidad.

Aunque nos queda mucho camino por recorrer por nosotras mismas en materia de igualdad, antes o después vamos a necesitar la ayuda de la otra mitad para que esto se reequilibre. Es decir, que usted, querido lector, como hombre va a tener que renunciar a privilegios que da por sentado y que son así porque sencilla y exclusivamente ha nacido con sus atributos sexuales colgándole en la entrepierna*.

No estamos pidiendo que se inmolen, ¡por el amor de dios! Les queremos –les necesitamos– a nuestro lado en esta singladura. Por eso iniciativas como @No_Sin_Mujeres me hace recuperar la fe en los humanos como especie y aplaudir a esos trece hombres pioneros y valientes que esta mañana se han decidido a firmar un documento en el que se niegan a participar en cualquier mesa redonda en la que no haya una mínima representación femenina**.

(*) En el mayor porcentaje de los casos. No quiero hacer de menos a los hombres transgénero.
(**) A la hora de la publicación de este post ya hay 350 hombres inscritos, y subiendo. De todo corazón, gracias.

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