25/12/18

Herencias.

Cuenta el saber popular que las herencias destruyen familias (qué tema tan navideño, ¿se han fijado?). Puede ser. Aunque creo que más que las herencias lo que destruye a las familias que heredan es su necesidad irracional de acaparar algo que hasta ese momento no les pertenecía en absoluto.

De mi abuelita –la madre de mi madre– solo conservo una cosa y miles de recuerdos. Su acento extremeño, su moño que escondía una melena canosa larguísima (la vi un día quitándose las horquillas, pura magia), la ropita interior de Avet o de Punto Blanco toscamente envuelta que nos regalaba cuando eran nuestros cumpleaños, las juanolas y las friegas de vaporub para aliviarnos el catarro, su peculiar forma de andar que ha heredado una de mis tías, la pila de revistas Pronto en la salita de estar, la reproducción en chiquitito de la vieja friendo huevos que colgaba en una de las paredes del pasillo.

Aquel largo pasillo desembocaba en una puerta con cristal esmerilado que se abría hacia la calle e iba flanqueada por sendas plantas. Una dizygotheca elegantissima y una schefflera actinophylla. No sé en qué momento esas dos larguiruchas estacas pasaron a engrosar las filas de tiestos que mis padres ya tenían. No sé si fuera al poco de morir mi abuelita, que les diera pena verlas ahí abandonadas a su suerte sin los riegos que necesitaban, o fuera en una de esas estancias temporales que pasaban ella y su marido de casa en casa, de hijo en hijo, cuando ya se empezaron a hacer mayores.

El caso es que la elegantísima no resistió, pero la schefflera consiguió sobrevivir en mi casa de la capital del reino tras una poda drástica que tuve que llevar a cabo y miles de tratamientos fitosanitarios para acabar con las plagas que le asolaron cuando mi madre, pobre, ya no sabía cuidarla.

Ahora, aquí, cuarenta y tres años después de conocernos, La Abuela –así la llamo cariñosamente– se ha puesto a florecer por primera vez.


:-D :-D :-D

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