14/6/12

Desmitificando la paz monacal

¿Ustedes han sentido ahogarse alguna vez? Todavía recuerdo el día en que una ola cantábrica revolvió mi flotador y de repente los pies asomaron por encima del agua mientras la cabeza y el resto del tronco se sumergían en la profundidad. Casi palmo (creo que mi cerebro se quedó tanto tiempo sin oxígeno que así he quedado).

La sensación desde que terminé el curso/máster/llámenlo-x es insidiosamente parecida. Poco a poco mi cabeza se va sumergiendo en la piscina (que en Madrid tendremos carretera de la playa, pero no la susodicha) y cada vez siento más asfixia. Lo curioso del tema es que, aún sabiendo más o menos los mecanismos para flotar, no les pongo en práctica y recurro a subterfugios para soliviantar mis pulmones.

Hace unos años visité el Monasterio de Santa María de El Paular (Rascafría, Madrid) con similar pesadumbre en el alma. Aquello era un guirigay de andamios, cables, ventanas sin ventanal y techos enmohecidos. Esperamos en el atrio y por la destartalada puerta del claustro gótico apareció el hermano -bauticémosle- Juan José. Era gaditano, joven, más salao que el bacalao y daba gusto pasear entre aquellas piedras con él. Lo hacía todo cercano, accesible, fácil. Llegamos al Transparente (o tabernáculo del presbiterio) y, si hubiese muerto en ese instante... De aquel día y de aquel lugar mi memoria recordaba la sensación de serenidad, el color rojo oscuro y mucha filigrana. Prometí regresar a fotografiarlo.

El claustro tardo románico -del siglo XV- es de visita gratuita y posee una belleza singular (que cuesta apreciar frente al despampanante claustro gótico) y mayor recogimiento.

Anteayer escapé de esta jungla de asfalto para dejar mecer mi amargura por el timbre de voz del hermano Juan José y escuchar apenas el clic del obturador de Medea, mi cámara de fotos digital, en semejante remanso de calma.

Error.

Cuando llegué aquello se había convertido en una especie de mercadillo árabe con stand de vinilo retroiluminado, banderolas por todos lados, catálogo del monasterio, catálogo de la exposición de Vicente Carducho, audioguías, cartelas, luces halógenas, señorita en la puerta que te cobra entrada (que no lo veo mal, además era un encanto), máquina registradora y la prohibición de hacer fotos. :-( Pos vaya.

Para colmo llegué cinco minutos tarde (marca de la casa) y no pude entrar en la visita guiada ergo no pude ver MI Transparente. Tampoco podría haberlo fotografiado... Me siento como una terrorista visual. :-( Hmpfff.

Pero soy de espíritu positivo, y después de darme un paseo por el claustro de pago escoltada por una ewok (por lo pequeña) disfrazada de segurata, esperé en el atrio a que terminara la visita guiada y así poder comprar miel de los monjes, ¡una delicia! Pues... ya no la elaboran ellos por falta de quorum claustral. Son sus hermanas benedictinas mañas las que lo hacen. :-( En fin.

Mientras esperaba a la apertura de la capilla comercial asedié a la mujer de las entradas con infinitud de preguntas -¿el apóstol de esa hornacina, se ha perdido o está restaurándose? ¿sabe si tienen capillas funerarias reales o nobiliarias? ¿cómo puedo hacer para sacar fotos? ¿qué fue del entrañable hermano Juan José?- apareció una sotana negra rellena de un hombre que iba como una moto dispuesto a abrir dos segundos la tiendita para la señora - O_o - que estaba demandando la miel. De no ser por su atuendo perfectamente podría haber pasado por un broker durante el Jueves Negro a la española.

Despachó a la gente que se aglomeraba con intención de entrar vociferando "a mí no me vengan a entretener con sus cosas; si quieren algo concreto entren en la tienda, pero si solo quieren fisgonear, lárguense".  Me daba caguitis hasta preguntarle por los diferentes tamaños de tarros, así que me llevé los que él buenamente me quiso dar. Tenía prisa el hombre. Una reunión improrrogable, ineludible con los hermanos. :-( Menos mal que estos señores creen en la eternidad...

No se asusten. Pese a todo el sencillo acto de huida y libertad que me proporcionó mi Golfillo y el paisaje, me trajeron a la capital más suave que un guante. A ver cuánto me dura el éxtasis (si no anda extinto ya).

Disfruten del fin de semana.
C.

Off Topic: ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? El lenguaje es maravilloso porque nos permite expresar miles, millones de conceptos, pero ahí reside también el engaño del mismo. Los eufemismos, vive Dios, existen. Me da igual rescate, rescate light, línea de crédito (¿?) o el nombre con el que quieran bautizar al chutazo de pasta que le han dado ¡a la banca! en este país. Cada día que pasa nuestros políticuchos me lo ponen más fácil a la hora de decidirme por la emigración, fuera de Europa y Norteamérica a ser posible. Ajjjjsco de gentuza esta que reside en las cámaras alta (¿alguien se apunta para quemar el inútil Senado?) y baja.

2 comentarios:

  1. Bueno, mientras conserves el sentido del humor las cosas se podrán tomar mejor. He tenido algunas veces, ya muchas, esa sensación de que el sitio que estás visitando por segunda o tercera vez no es el mismo que el que he estuviste hace un tiempo. Muchos han sido espectacularizados, infantilizados, para que sean más fáciles de digerir, supongo, pero es algo general. Yo creo que la memoria ahora desaparece muy rápidamente.

    Un saludo, Cal

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  2. El sentido del humor (casi) nunca lo pierdo. ;-) Por eso no me llevo chascos tan grandes o al menos no parecen tan grandes una vez que pasa algo de tiempo, José Luis.

    El Paular está entre mis sitios favoritos de la Comunidad de Madrid. Tal vez no sea por el lugar en sí, que no desmerece, conste ¡es precioso! sino porque la primera vez que lo visité tuve el enorme placer de visitarlo con una persona entusiasta del lugar que consiguió contagiarme: el hermano Juan José.

    Al no estar él y encontrarme con toda esa parafernalia comercial me quedé algo mustia. Pero paseando por sus claustros, oyendo el silencio de la sierra, el susurro del agua y el ruido de las hojas mecidas por el viento, me aportó sosiego, que era lo que buscaba.

    Decía una canción de Sabina cantada por Ana Belén que al lugar donde fuiste feliz no debieras tratar de volver. No sé hasta qué punto tiene razón la frase. Evocar, aunque doloroso algunas veces, es bonito.

    Un saludo también para ti.
    C.

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