De libertad y sicarios

El veintiocho de Septiembre me hicieron un regalo guay. Vino con un día de retraso en mi onomástica, pero eso a ciertas edades ya da igual. El paquete incluía marihuana, surfers, mejicanos con malas pulgas, menage à trois, Aaron Johnson (baba, baba, baba) y Oliver Stone dirigiendo el mejunje: Salvajes (Savages).

Si les he de ser sincera, una de las cosas que más me atrajo de la peli fue una crítica que escuché en la que señalaban que este largometraje era el Pulp Fiction del siglo veintiuno. A mí Tarantino me empana. Pero Quentin y Oliver se parecen poco o muy poco. Ambos utilizan en la mayoría de sus títulos la ultraviolencia como hilo conductor de la trama, pero mientras el uno (Tarantino) se sirve de diálogos aparentemente ridículos, sin ninguna profundidad y con quiebras temporales así como de encuadres nada convencionales, el otro (Stone) cumple con un guión serio, en el que nadie se va a cagar al baño, y satisface los cánones del rodaje de acción tamizado por la fuerte personalidad del realizador.

Así que no se engañen: Esto no es Pulp Fiction. Lo cual no quiere decir que sea mala película. De hecho no lo es, aunque promete más de lo que da. Hay momentos de respingos en el sillón, momentos de máxima tensión, momentos ñoñetes, momentos de esconder la cara bajo el escote (no tanto como en la contemporánea Mátalos Suavemente (Killing Them Softly)), un principio que mantiene tu atención durante las dos horas largas que dura y un final, hmmmm, no sé, júzguenlo ustedes mismos. A mí el desenlace no me gustó demasiado.

Algunas claves para que el filme funcione. Benicio del Toro, como siempre, increíble: da un asco que te mueres (lo mejor desde mi humilde punto de vista). Travolta como en los buenos tiempos. Música bien elegida. Y los brazacos de Aaron Jonhson, ¡dios bendito!

Si su economía se lo permite o el banco les ha regalado dos entradas por contratar cualquier producto de mierda, vayan a verla ante la gran pantalla y en versión original (ah, y huyan de las primeras filas).