La primera vez que fuimos a París nos acabaron echando de Versalles. El Sol se estaba ocultando por el horizonte, formando un reflejo largo y amorfo en el Gran Canal, y no nos queríamos ir sin disfrutarlo. Habían anunciado varias veces por megafonía el cierre del palacio. Ya no quedaba nadie en los jardines; intuí que tampoco en los edificios. Pero allí estábamos nosotros, sentados, felices... hasta que llegó el guarda farfullando qué sé yo en francés.
A la salida nos dimos cuenta de que la Luna había saltado por las verjas provocando, restándole protagonismo al moribundo día. Frenamos en seco y puse mi típica carita de cordero degollado cámara en ristre. El guarda depuso su empeño en la expulsión y nos dejó a solas mientras se iba hacia la garita retalando no sé qué en francés.
Morfeo se ha olvidado esta noche de mí. En apenas cinco horas cojo un vuelo a París y estoy nerviosa. Va a ser la primera vez en mi vida que turisteé sola, que me pierda a posta por las calles en silencio, sin prisas, saboreando una forma de vida a la que no estoy acostumbrada.
11/9/14
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