18/1/23

Colegio

Me he comido un sapo. Uno bien grande: ayer empezó mi hija en su nuevo colegio, un colegio religioso. 

Yo misma estudié en ese lugar. Antes solo admitían a niñas a partir de bachillerato y reconozco que tuve un bachillerato inmensamente dichoso (con final un poco trágico, pero qué sería de mí sin la pizquita de tragicomedia vital, ¿eh?) donde uno de sus frailes me hizo subir la autoestima como un cohete y no porque me aprobara sin sentido, ¡qué va! (me cateo en COU; mi primer suspenso, ¡chispas!), sino porque se ocupó de hacerme ver el valor que tenía como persona.

Cosa distinta fue la primaria —una pesadilla—, en el cole homólogo, pero de monjas. Ambos se han tenido que unir por falta de quórum y ahora el nombre es similar a recitar el santoral del día en curso.

Será por esa fatal experiencia mía de los tres a los catorce años, pero no estoy a favor de la escolarización a tan temprana edad y menos aún a favor de la escolarización en base a la pedagogía imperante o, digamos, normal (por no decir normativa), que es la que imparten en este centro, con momentos Montessori y Singapur para el estudio de mates. Me parece un horror y no quería tener que hacer pasar a mi hija por eso: pupitres estáticos con tu foto/ nombre, libros espantosos (ultracaros, joder), normas sin sentido (¿desde cuándo no se puede almorzar chocolate?), pantallas gigantes de televisión escupiendo videos anfetamínicos, cumpleaños comiendo galletas.

Quartulus, el niño minero que murió a los cuatro años trabajando. Tengo esta foto en mi escritorio para recordarme que lo del cole, después de todo, no es tan dramático. Foto © MAN Miguel Ángel Otero.

Me encantaría tenerla a mi lado, aprendiendo juntas la una de la otra, pero no me queda otra si quiero trabajar y no volverme majara a cuenta de tantísima renuncia. Y tengo que trabajar porque nos gusta comer y me gusta poder llevar a mi hija vestida de una forma acorde, hoy que nieva, por ejemplo, además de cuidar mi salud mental (escribir esta tontería, por ejemplo).

En su segundo día de escuela la nena ya me ha hecho saber que no le gusta su nuevo cole, que por qué no vamos al de antes (hija, porque está a 695 km de aquí). Tampoco le gustaba ir al de antes (llevamos un curso escolar, pufff...), pero ahora se ha dado cuenta de que aquello, aunque como todo mejorable, era guay. Podían correr, jugar, echarse una siesta, simplemente mirar o no hacer nada. 

(Me ha recordado a mí en mi primer trabajo serio, con nómina, del que echaba pestes y al que volvería con los ojos cerrados porque jamás me han vuelto a tratar tan bien a nivel laboral.)

Soy la atea que estudia teología. Soy la no creyente que envía a su prole a un cole donde dan misa revestida de psicología de las emociones. Soy yo y mis circunstancias contradicciones.

No hay comentarios:

Publicar un comentario