7/1/12

De compras

Quiero ir de compras. La última vez que entré a un Fresca no tenían aún colgada la ropa de Otoño-Invierno y ahora con los anuncios de rebajas clavándosete en los oídos una y otra vez... Ya ni ojeo blogs de moda porque me pongo verde de envidia y los escaparates se han vuelto para mí unos extraños compendios de maniquíes y luces brillantes alejados de mi vista.

Qué frivolidad, ¿verdad? A lo mejor no.

Hacer acopio de vestimenta se convirtió en una especie de ritual desde que tengo uso de razón. Mi padre nunca -y cuando digo nunca es nunca- llevó ninguna prenda que no fuera salida de una sastrería, salvo la ropa de trabajo, así que imagínense el percal que eso suponía. Lo primero de todo montar en el coche y bajar hasta la capital de provincias a visitar a mi padrino que, ¡cosas!, es sastre. En su pequeño atelier yo campaba a mis anchas entre rollos y rollos de telas de mil colores, ovillos de hilos, cintas métricas y alfileteros. Me encantaba que las modistas me obsequiaran con retales que les sobraban de sus hechuras y con los que más tarde intentaría hacer cualquier vestido a mis muñecas. El tacto del cachemir y los terciopelos, el olor del tweed, la sonoridad del organdí, la ingravidez de la gasa, la pesadez del raso...

Otro ceremonial a cuenta de los trapos era el que suponía hacer el baby de la escuela. Aquí no había momento para escoger telas porque la tela era la que era: blanca con rayitas moradas. Pero visitar la casa de dos solteronas un tanto peculiares que se ganaban la vida subiendo la bastilla de faldas y pantalones era algo único. Ese piso vetusto con un pasillo oscuro e interminable lleno de puertas blancas a ambos lados, la mayoría cerradas, con el tiempo suspendido entre sus paredes y el traqueteo constante y lejano de una máquina de coser situada en el único lugar al que llegaba la luz natural, magia pura. Todos los niños que allí íbamos soñábamos con el momento en el que tras el despiste de costureras y padres escapar hacia el salón y aporrear las teclas desgastadas de un viejo piano.

Ya no les digo si cuentas en tu familia con madre y dos tías modistas, otra bordadora y abuela matando el tiempo con la vainica. Creo que aprendí antes a enhebrar una aguja que a escribir el abecedario.

Matizo: necesito ir de compras.

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