11/7/05

Ooooooooooooooooooh

Vale, ahora estoy más tranquila y me conformo con un sonoro y tristón oh, pero si alguno de vosotros, por una remota casualidad, me hubiera llamado el sábado por la tarde noche un oh era lo más improbable que le hubiera dicho. Estaba de uñas. Cabreadísima.

Sacrifiqué un fin de semana junto a mi enano y mi mamá (bueno que aún no ha regresado a la Quinta de los Sustos) y subir a Gijón a una macro quedada para complacer un deseo que desde hacía tiempo tenía pensado en cumplir: ir a Pedraza (www.pedraza.net) para pasar allí el segundo sábado de Julio. Día en el que se celebra el –ahora sí- archiconocido Concierto de las Velas. La primera vez que fui, hace ya muchos años, casi no me enteré del concierto. Ni lo que tocaron ni qué compañía lo tocó. Es más ni me enteré y así pasó lo que pasó el sábado: que yo pensaba que las cosas eran en plan altruista…


Paquete y yo nos encaminamos con un sol de justicia rumbo a Segovia para llegar más tarde a la conocida villa de la Sierra de Guadarrama. Cremita de protección solar total, litros de agua, bocatas (después de lo de Hacienda y de las vacaciones que se acercan peligrosamente el horno no está para bollos), cámara de fotos y vestimenta elegante dispuestos a sentarnos un par de horas para escuchar a los Madrigalistas de Praga el Réquiem de Mozart (pieza adorada por mi desde que tengo uso de razón. Es lo que tiene tener unos padres melómanos). Yo estaba que me salía de alegría. Nunca he escuchado en directo dicha composición.

El primer problema se nos presentó con la carretera de circunvalación de Segovia. Hijos míos, hace seis años que no vivo en dicha ciudad así que desconocía por completo la calzada. Para coger la Nacional 110, acabamos en Bernuy de Porreros (momento de risas, ja,jas y demás… el pueblo se llama así, yo no me invento nada) e incluso un poco más allá porque yo seguía erre que erre que se iba por ahí. Y claro que hubiéramos llegado. Eso sí, dando un rodeo de 45 kilómetros. Hala vuelta a Segovia para reencontrarnos con la nacional

Llegamos a Pedraza y, coño, aquello era un sinsentido, la debacle, la hecatombe. Era como que no existiese otro lugar en el mundo salvo el pueblito en cuestión. Yo estaba horrorizada. Nunca me han gustado las aglomeraciones. Es que ¡habían hasta autobuses de Cádiz y demás sitios periféricos de la península ibérica! (Amaltea, hija, no tengo nada en contra de los gaditanos, eh, es que me llamó la atención que vinieran de tan lejos). Era un ir y venir de gente horroroso. Como que estuvieses en el Carrefour un sábado por la mañana pero a precios de boutique de delicatessen. Qué horror. Y que conste que yo estoy totalmente de acuerdo con que la cultura ha de llegar a todos.

Tuvimos que aparcar en un descampado a tomar por el saco de las murallas y la velas. Y yo con tacones. A medida que nos íbamos acercando a la fortificación medieval iban apareciendo velitas y carteles invitándonos al encendido de velas colectivo. Al principio me gustó la idea. Luego, después de lo que a continuación viene, vamos, vamos…

Entramos a ver al antigua cárcel. Un edificio bien curioso que merece la pena visitar. Está justo encima de la única entrada que tiene el pueblo y actualmente está limpio y restaurado. Muy cuco para ser una cárcel. Conserva las celdas de madera originales del siglo XVII (claustrofóbicas a más no poder) y una piedra de chimenea con un león labrado que, francamente, fue lo que más me gustó. Cuando salimos de la mini visita, me entró la sensación de haber sido estafada. ¿2,50 € por una visita de 15 minutos? Venga ya.

Fuimos corriendo hacia el castillo para poder visitarlo. Yo no lo conocía por dentro. Y me quedé sin conocerlo. Cuatro euros costaba la entrada. Tócate los pies. Y había una cola… Ni en el Museo del Vaticano. Paquete y yo optamos por irnos a ver el pueblo y pillar sitio para escuchar a mi Mozart. Foto por allí, foto por allá y fuera.

Pero, oh sorpresa, que el concierto no era gratis, que había que pagar una cantidad que, sinceramente, prefiero desembolsarla para ver cualquier Ópera en el Real… Y lo peor de todo es que la plaza porticada estaba cerrada al público (lógico por otra parte).

En fin, que me agarré un puteo de los morrocotudos. Me empecé a cabrear y puse pucheros y, nada, ni velitas, ni nada. Antes de que anocheciese de verdad paquete y yo estábamos comiéndonos nuestros bocatas de jamón (eso sí, de pata negra que una tiene cierta clase :PPPP) cerca del Santuario de la Fuencisla en Segovia (uno de mis sitios preferidos de la ciudad).

Besitos más que nunca calamitosos.
Calamity.

PD: la foto es de Paquete. Yo no tiré ni un carrete gracias al cabreo considerable que me pillé.