21/11/05

El placer de levantarse con Monteverdi

Tengo una personal manera de levantarme todos los días que he de madrugar. Siempre pongo varios despertadores, normalmente uno de ellos algo lejos de la cama para obligarme a salir de debajo de las mantas. Es como un ritual. Primero, unos veinte minutos antes de posar el primer pie en el suelo, se encienden con un sonido leve las noticias en la radio. Durante esos veinte minutos de información matutina, mientras voy despegando el ojo, me entero de lo que está pasando en el mundo –habitualmente nada bueno-, de si ese día voy a ir en Metro o en autobús, de la ropa que me pondré…Segundo, el despertador de verdad, el que suena con la implacable campanilla que anuncia el principio de un día más.

El sábado también había que madrugar (sesión de peluquería). Pensé que era un tosquedad tener que despertarse un día de descanso con las agoreras noticias, así que cambié mis planes y cargué en el cedé L’Orfeo de don Claudio. A las nueve y pico comenzó a sonar la tonante voz de Plutón.

Cosas del destino, el pasado sábado no quisieron sonar las campanillas del reloj de agujas. A las diez estaba soñando que estaba en la Ópera de Versalles escuchando emocionada la pieza en cuestión.


Notas al margen. Además, para regocijo de culés como yo, ganamos el pasado sábado en el Bernabeu. Lo tenía que decir, si no, reviento después de siete añitos metiendo el rabo entre las piernas. ¡¡¡ Força Barça!!! Grande fue ver un partidillo de fútbol con los amigos del pueblo en un pub irlandés (ay, qué tendré yo en Irlanda), lleno de hinchas de la Juve, la Roma, el Barça y, por supuesto, el Madrid. Una sensación de universalidad y comadreo maravillosa. ¿Por qué no tendrá el mundo tan buen rollo todos los días?