11/12/08

Petirrojos

Hoy, mientras me fumaba un cigarrillo asomada a la ventana de la cocina de mi ofi, un petirrojo se ha ido a posar en la verja que separa los lugares privados de los públicos. Me he quedado unos segundo mirándolo fijamente. Se me hace raro ver petirrojos en Madrid. De hecho pensé que no habría (aquí es difícil avistar algo más que no sea un escuchimizado gorrión).

Lejos de asustarse el pajarillo de mofletes colorados ha echado un vistazo a mi persona. Me ha sostenido la mirada durante unos instantes y poco después ha salido volando detrás de otro (posiblemente su compañero). Pizpiretos y felices, bordeando los setos de los vecinos.

Hoy, tras un mes y pico de lenta agonía (agonía que por otro lado no tendría que haberse dado; esto ya lo contaré más adelante, con las ideas más claras), la abuela de Rober -mi paquete- ha fallecido. Esta madrugada. Como un pajarillo. Tenía casi 99 años y, sí, ya sé que es ley de vida, que esas cosas pasan, que ha vivido una vida posiblemente plena y feliz, pero en nuestra sociedad no nos enseñan a encajar a bote pronto la muerte de un ser querido.

Yo, que soy mucho de señales, quiero creer que el petirrojo que hoy se ha posado en la verja era ella que -al igual que mi padre hizo unos meses después de morir- venía a decirme que estaba bien, que se iba a avistar el mundo desde arriba junto a su añorado marido.

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