18/12/08

El dilema de Eva

¿Qué me pongo? Es posiblemente la pregunta que me haré hoy de camino a casa mientras voy absorta en medio del atasco de la M-40. Hoy, como tantas y tantas empresas de este país, tenemos la cena de empresa.

Cuando llegue a casa volveré a cuestionármelo enfrente del armario rebosante de trapos. Cogeré uno, otro, un tercero y seguramente lo dejaré por un cuarto o quinto modelo. Con el tiempo pegado al culo apañaré lo primero que vea, con lo que me sienta segura y mona y saldré pitando para celebrar la juerga navideña con los que comparto unas once horas al día (estoy más con ellos que con mi familia, como casi todos nosotros, claro).

Mi paquetín me mirará cuasi indiferente mientras cambia de canal en la tele o navega por internet enfundado en un cómodo pijama de algodón. Me dirá que no es para tanto la cosa, que con un jersey negro (el 99% de mis jerseys son negros) iré estupenda. Yo, para bromear, le contestaré ¿pero sólo el jersey negro, sin nada debajo, ni pantalón, ni falda, (ni braga,) ni zapatos?

En el 93 me fui a estudiar fotografía a Barcelona. Por aquel entonces ya vestía de negro absoluto, vamos, que mi armario no era muy variado, al menos en tonalidad. Mis tíos me vinieron a recoger a la estación de Sants. Tras un viaje de nueve horas y pico fui a casa para acomodarme. Cambié los zapatos por babuchas y cené.

Al poco rato apareció en escena mi prima Nina. Llamó al telefonillo:
- ¡Cal, baja inmediatamente que nos vamos a tomar algo por ahí! -era jueves-.
- No, no. Mañana empiezo las clases, además estoy muy cansada y estoy con la ropa del viaje.
- Tía, ni te apures. Vamos todas de tiradillo. Además es una rápida. ¡Venga!

(para el que no lo sepa ir de tiradillo es ir "normal" sin arreglarse, como quien sale a tomar una cervecita después de currar).

Miré a mi tía y ella me contestó que ya estaba tardando en bajar. Cambié mis babuchas por los zapatos del viaje y cogí el ascensor. Al llegar al portal me percaté de que aquello no era ir de tiradillo, al menos no para mí. Nina iba impecable. Sus amigas a las que no conocía iban en perfecto estado de revista y el conductor del Jaguar que nos llevaba era un chico monísimo, esculturalísimo y vestidísimo de la zona vip barcelonesa.

Yo era un pulpo en un garaje. Mi pelo -largo aún- sin forma definida recogido en una coleta. Pantalón negro. Jersey cuello cisne negro. Zapatos planos y cómodos negros. Cazadora de cuero negra. Cara lavada.

Fuimos al Universal, al Otto Zutz... Pasamos además por dos de las discotecas más punteras de aquellos entonces. Llegamos a casa a las tantas de la mañana... Y yo no pude de dejar de sentirme fuera de lugar ni un solo instante. Era la prima del pueblo.

Supongo que es cuestión de carácter, que es cierto que la belleza se la lleva uno puesta de serie, que da un poco igual lo que lleves puesto encima mientras tú te sientas bien... Supongo que entonces tenía apenas 17 años...

Pero desde aquel día me juré a mi misma que nunca, N-U-N-C-A, jamás volvería a tener esa sensación tan extraña, tan de ser un perro verde a cuenta de la vestimenta y de mi procedencia pueblerina. Desde entonces sufro día tras día el síndrome de Eva. Pero desde entonces también voy mucho más afianzada por la vida. Con la cara alta. Orgullosa de ser de dónde soy y de estar dónde estoy (esto algo menos ;-D). Y al que no le guste, ¡pues que no mire!

3 comentarios:

  1. Igual fuiste un poco dura con esa chica de 17 años :-)

    Yo te imagino estupendísima, chica :-)

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  2. A mí me pasó algo parecido, mi primer año en Madrid...¡en el 86!

    Bueno, son sensaciones que se recuerdan con simpatía (yo suelo ser benévolo con aquel chico de 19 años...)

    Un abrazo, Cal.

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  3. Uff, pues yo lo recuerdo con muy poca simpatía. Pero sí, tal vez fui muy dura con esa chica de 17 años. ¡Si era una niña!

    Felices fiestas para los dos.
    Cal.

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