16/12/11

La Piel Que Habito. Qué he hecho yo para merecer esto.

A punto de caerse de la cartelera de los cines españoles nos enterábamos ayer de la nominación como candidata al Globo de Oro en la categoría mejor película de habla no inglesa para la película La Piel que Habito. Ganar este premio otorgado año tras año por la Asociación de Prensa Extranjera de Hollywood supondría para Almodóvar un trío de globos en los anaqueles de su casa, el primero por Todo sobre mi madre y el segundo por Hable con ella.

Debería de ver otra vez el largometraje del cineasta manchego antes de hacer esta pequeña crónica porque, como si de un rito se tratara, no me he perdido ninguno de los estrenos de Almodóvar desde que quedara obnubilada con Mujeres al borde de un ataque de nervios, así que vi la peli a principios de septiembre. Pero todavía me acuerdo -creo que no se me olvidará tan pronto- lo que me revolví en la butaca del cine continuamente porque, si tuviéramos que encontrar un solo adjetivo para describirla, sería incómoda.

Primer cartel promocional de La piel que Habito diseñado, al igual que el cartel más comercial que todos conocemos, por el grandísimo Juan Gatti (empanada me quedé cuando lo vi en el muro del Facebook de Agustín Almodóvar).

Los que se quedaron en la época más trash del cineasta manchego no se podrán siquiera imaginar que este hombre ahora huidizo, otrora personaje indeleble de La Movida madrileña en los 80, se haya enfrentado a un género cinematográfico verdaderamente complicado: el terror. Porque poco a poco la bizarría de los primeros filmes de Almodóvar ha ido desplazándose hasta llegar a un cine, por qué no, algo burgués que solo conserva pinceladas del de antaño. Con La Piel que Habito tal vez se está abriendo una nueva etapa en la carrera de Pedro Almodóvar. La confirmación nos la darán sus próximos proyectos cinematográficos.

La Piel que Habito habla de pérdidas y de huidas. Todos los personajes huyen de su trágico destino marcado por un no menos trágico pasado.

La protagonista (Elena Anaya) inicia de manera forzada un camino que no tendrá retorno y del que intenta huir constantemente, incluso con formas precipitadas en algunos casos, hasta que cae en la cuenta de que solo la paciencia infinita la puede llevar a conseguir su anhelo.

El carcelero no es otro que un cirujano plástico (Antonio Banderas) obsesionado con la creación de piel humana, auspiciado por otro trágico personaje que ejerce de ama de llaves (Marisa Paredes) en un paraíso idílico en forma de cortijo situado en medio del campo llamado El Cigarral.

Son varios los puntos que muestran el posible nuevo universo almodovoriano. Madrid ya no es escenario principal. Ni siquiera lo es una gran ciudad (los planos de la supuesta ciudad cerca de El Cigarral son de Santiago de Compostela). Los personajes que en las pasadas películas aligeraban la trama con textos rozando la genialidad de un instante poco esperado comienzan a brillar por su ausencia (aquí no hay ni Agrados ni porteras evangelistas ni hermanas marujas). La extravagancia da paso al diseño bien pensado (¡lo que daría yo por tener si quiera la mitad de los muebles que decoran El Cigarral! Me conformaría con la mesa Noguchi del salón principal, sin hablar del vestuario de Jean Paul Gaultier...). La interpretación comedida: aquí hablan los silencios y no los diálogos (¡bravísimo Antonio Banderas! Por favor, que traigan de nuevo a este hombre para Europa que en Hollywood me lo están desgraciando).

Pero Almodóvar no sería Almodóvar sino diera una vuelta de tuerca a una trama por sí kafkiana sin un hálito de esperanza. Fíjense en el último plano de la peli. ;-)

Una auténtica y terrorífica exquisitez que te revuelve las tripas desde el primer flashback. IM-PRES-CIN-DI-BLE. Y esto no es palabra de fan fatal.

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