4/2/13

1975

Tengo tres grandes amigas. De dos -Speranza Gon y Anita Terremoto - ya les he hablado en algún momento de la que falta -Lily-, bueno, es difícil resumir en una entrada todo lo que hemos vivido juntas desde parvulitos. Como adelanto les podría decir que sigo viva gracias a ella. Podemos estar años sin hablar y reencontrarnos en cualquier momento como si nos hubiéramos visto ayer por la tarde tomando cañas por el Rastro. La amistad es un sentimiento singular, ¿no les parece?

Hace un par de semanas llamé a Terremoto por su cumpleaños. Con lo poco que me gusta y lo mal que se me da hablar por teléfono estuvimos cerca de dos horas planchando oreja. Me hizo mucha ilusión porque la última vez que nos vimos ella estaba embarazada y ahora Paula, su nena, tiene casi tres años, es un coco, está para comérsela. En ese periodo de tiempo fue capaz de casi cargarse el ordenador portátil, pintar la pared que está a lado de la chimenea con rotulador permanente, tirar por el suelo todos los coscurros de pan, luego les barrió con una escoba que seguro es el doble de alta que ella, se quedó en porretas (forma navarra de decir "en pelotas") y me gritó unas cuatro veces por el auricular ¡llamándome por mi nombre! :'-)

Obviamente salió el tema de la maternidad. Ay. Me resultaba curioso ver en el papel de madre a la que fue durante cuatro años largos mi compañera de perrerías universitarias y desfases nocturnos (y diurnos) de lo más variopinto. Le pregunté que porqué no tenía otro hijo. Como hija única que soy me da una pena terrible cuando veo familias con solo un hijo y me imagino el futuro de ese crío. Su respuesta fue, tal cual, «Calamidad, ya soy vieja». Me dejó chafada.

El viernes me topé mientras tomaba el café mañanero con un artículo del Yo Dona en el que hablaban de la crisis de los 30, 40, 50. El domingo hablaron en Redes de la mediana edad. Y este complot contra mi equilibrio mental ¿a santo de qué?

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