Hace un par de semanas llamé a Terremoto por su cumpleaños. Con lo poco que me gusta y lo mal que se me da hablar por teléfono estuvimos cerca de dos horas planchando oreja. Me hizo mucha ilusión porque la última vez que nos vimos ella estaba embarazada y ahora Paula, su nena, tiene casi tres años, es un coco, está para comérsela. En ese periodo de tiempo fue capaz de casi cargarse el ordenador portátil, pintar la pared que está a lado de la chimenea con rotulador permanente, tirar por el suelo todos los coscurros de pan, luego les barrió con una escoba que seguro es el doble de alta que ella, se quedó en porretas (forma navarra de decir "en pelotas") y me gritó unas cuatro veces por el auricular ¡llamándome por mi nombre! :'-)
Obviamente salió el tema de la maternidad. Ay. Me resultaba curioso ver en el papel de madre a la que fue durante cuatro años largos mi compañera de perrerías universitarias y desfases nocturnos (y diurnos) de lo más variopinto. Le pregunté que porqué no tenía otro hijo. Como hija única que soy me da una pena terrible cuando veo familias con solo un hijo y me imagino el futuro de ese crío. Su respuesta fue, tal cual, «Calamidad, ya soy vieja». Me dejó chafada.
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