Propuestas musicales XLIII.

La televisión me molesta para concentrarme. Sobre todo para escribir. Existe una excepción: las retransmisiones deportivas. Pese a lo histriónico de la mayoría de ellas, no me suelen incordiar. A veces incluso consigo teclear y estar al tanto; no me pregunten cómo lo hago porque no lo sé.

La música no me molesta para concentrarme. Existe también una excepción: cuando conozco la letra o la melodía o ambas, no doy pie con bola.

Sin embargo paso temporadas en las que solo quiero estar rodeada de silencio. Cualquier mínimo ruido (que ladre la latosa perra de mi vecina, que me den cháchara, que suene el móvil...) me puede sacar de quicio. Paso días en los que lo único que soy capaz de escuchar es el tic-tac de un reloj que me regalaron un par de amigos madrileños hace mil años (muy amigos entonces) y que arrastro mudanza tras mudanza.

Cuando salgo de esa burbuja silente no sé qué música pinchar y procedo con el ritual de escoger un disco al azar. Me tapo los ojos y, aunque la discoteca está ordenada por orden alfabético, saco el primero que le llame la atención a mi tacto.

Antes de ayer salió el que contiene esta canción y fue perfecto para el día que teníamos por la Villa y Corte: frío y soleado.



Me invadieron sensaciones de contento y poco después, de repente, una especie de morriña se apoderó de mí.