3/5/15

Lejos, más lejos.

Lo reconozco. Reconozco dos cosas. La primera es que estoy desmotivada con la fotografía. La segunda, que he escrito sobre esto cien veces (así que se pueden ahorrar la pérdida de tiempo leyendo las mismas ideas con distinto parlamento).

Ayer hicimos una excursión. ¡Aleluya! He pasado de chuparme mil y pico kilómetros a la semana a recorrer el insulso camino plagado de semáforos que separa mi casa de la papelería técnica más cercana en cuestión de meses.

Retrocedamos. Hace cerca de quince días -¡¿ya?!- estuve en Barcelona. Por primerísima vez en mi vida no llevé la cámara grande. Le encuentro cierta explicación: un viaje relámpago, la posibilidad de ir allí en el momento que quiera, la familiaridad, en definitiva. Registrar lugares habituales no me suele invitar a accionar el obturador. Aún así estaban programadas unas visitas al Monasterio de Pedralbes y a la Ciutadella y al final me arrepentí un poquitín de mi decisión.

Retrocedamos algo más. Hace un mes me llama uno de mis mejores amigos: Cal, ¿comemos juntos? Necesito que me ayudes a comprar un par de objetivos. El hombre en cuestión ha dejado su excelentemente remunerado puesto de trabajo para dedicarse a la fotografía por la cara, aún recibiendo encargos de terceros (mal, vamos muy mal).

La comida se centró en dos puntos: política y ojos de pez. Sobre el primer tema habló sin tomar aliento él. Sobre el segundo, yo. Después de dar una especie de clase particular de distancias focales (añado que su primera, segunda, tercera y siguientes también se las impartió la escribiente de estas líneas) me espeta pero ¡es que tú no eres profesional! (Cría cuervos.) Acto seguido me inventé una historia inverosímil para no tener que darle la razón.

Volvamos a ayer. Amugando el morro, cargué con los siete kilos de bolso rumbo al sur más cercano. Tratando de hacer la primera instantánea con cierta desgana, me topé con la conversación de un matrimonio ajado en el que ella le echaba la bronca a él y él le respondía a ella que solo estaba tratando de hacer un contraluz, que quedaría muy bonito, bla, bla, bla. Solté mi cámara y tardé varias horas en volver a mirar por el visor.

Entonces me dediqué a observar al personal, a sus móviles, sus palos de selfie y sus tabletas. A sus flashes, inútiles iluminadores de fachadas góticas e inconscientes usurpadores del pigmento azul de las tablas y altares flamencos. A su complejo de japonés (yo estuve allí) y su adicción al Instagram y al dónde estás ahora de Facebook. A sus argumentos estúpidos, ponte más lejos, que se vea todo.

¿Por qué desarrollarse en algo que ya lo hacen millones de personas con mejor o peor suerte? ¿Para qué seguir contaminando este mundo con más ruido visual? ¿Qué sentido tiene todo esto?

Fotaza de Robert Capa, aquel que dijo "si tus fotografías no son lo suficientemente buenas, es que no estás lo suficientemente cerca" que se resume en el axioma cerca, más cerca.

4 comentarios:

  1. Mi evolución fue:
    - Pentax (manual, of course) con tele, zoom, gran angular... en los tiempos en que eso costaba una pasta que jamás me hubiera podido permitir. Un golpe de suerte.
    - Olimpus semiautomática con buena óptica y un manejo del enfoque horrible, no sé a quién se le ocurrió el invento de poner una ruedita en el índice para enfocar. Peleas constantes con la Baronesa, que jamás entendió los misterios de las velocidades y los diafragmas. Fotos movidas, decenas de ellas.
    - Kodak de bolsillo, una cutrez con una especie de formato panorámico. Ni siquiera carrete: una especie de cartucho. El horror.
    - Diversas compactas digitales de a 100 euros, que han ido muriendo en manos de los niños.
    - Una Nikon 1 J1 que me regaló la antes citada por sorpresa hace un año, y que cumple sobradamente con mis expectativas. Sobre todo, cumple con mi deseo de mirar con los ojos, de quitarme la necesidad de inmortalizar, de asumir que jamás seré artista, por mucho que a veces tenga buen ojo y consiga hacer algo así como una buena composición. Tan es así, que muchas veces la olvido aposta en nuestros escasos viajes.

    Si te descuidas, te planto un comentario más largo que tu post. Me voy a abrir una sucursal aquí.

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  2. Nah, no te abras una sucursal aquí que esto anda muy muerto. Mejor resucita tu blog (o los dos), que te echamos de menos, hombreya.

    Respecto al tema camaril, creo que has tenido más cámaras que yo y mira que es complicado. No te hago la lista porque increíblemente hoy tengo poco apego al tecleo compulsivo (tengo que escribir un par de memos para la escuela; cosas de ser una contradicción andante).

    Besotes grandes.

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  3. Hace unos días me planteaba comprarme una cámara e iniciarme de forma tardía, pero la conclusión a la que llegué está contenida en tu entrada: "pa qué". Entre que me da pereza volverme un friki de las cámaras y el lenguaje fotográfico y que al final lo que me gusta es fotografiar tontadas, me quedo haciendo el gandul, uno más, con el móvil.

    Besets

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  4. Fleis, ¡qué ilusión verte por aquí! :-D Ahora solo me queda veros en carne y hueso. Ganas horrrrribles de que se termine la pesadilla (porque ya se ha transformado en una pesadilla) de la Escuela y volver a darle a la tecla en condiciones y ganas de volver ¡a leer! En mi vida he leído menos, ni aún cuando no sabía leer.

    En estos días de desánimo fotográfico he decidido dedicarme únicamente a mis proyectos y dejar el turisteo de cámara y selfie para otro momento. No me vendrá nada mal poner a punto mi archivo durante este verano, abrir una página web, buscar un agente ^_^, etcétera.

    Petons també per a tu.

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