11/5/18

Miguitas de pan.

Anoche llegué a casa muy tarde, a esa hora en la que los niños llevan al menos ya dos o tres horas durmiendo. No fue por nada en particular, por ningún gran evento o acto de socialité.

Me vine paseando desde casi la otra punta de la ciudad, disfrutando de la ausencia de turistas, que por la noche se agazapan en clubs y azoteas de hoteles chic en vez de atestar las calles del casco viejo con chancletas y pieles color carabinero.

Estaba contenta. Hoy y mañana son dos de los días grandes de esta ciudad. (Hoy es mi acto cultural favorito, de hecho.) Subiendo las escaleras que llevan a mi casita, la noté toda a oscuras, lo cual a esas horas no tendría que tener significado alguno. Al introducir la llave en la puerta me percaté de que todavía seguían echadas las dos vueltas. Al entrar y encender la luz del pequeño recibidor, nadie me dijo "hola".

Fui a la cocina, coloqué la compra, hice deprisa la cena, cené, recogí y tiré las migas de pan del mantel en el patio al que se sale desde mi estudio, algo que jamás suelo hacer. Esta mañana ya he recibido la visita de gorriones, herrerillos y algún que otro mirlo glotón.

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