26/4/19

Abecedario.

Érase que se era una niña que no conocía el abecedario, sin embargo sabía leer. Por las noches se escapaba de su cama a la de la habitación contigua donde siempre encontraba a su padre que, tras una dura jornada de trabajo, apuraba los últimos minutos del día enfrascado en algún libro.

Cuando ella asomaba por la puerta, él cambiaba las hojas llenas de letras por las hojas que combinaban letras y santos (una forma familiar de llamar a las ilustraciones infantiles) y el silencio por la interpretación de los diferentes personajes de un cuento.

El preferido de la pequeña era sin duda La Bella Durmiente. Lo conocía tan bien que el día en que su padre se puso a inventar una historia alternativa en la que a Aurora le olían los pies, ella recitó punto por punto todas las frases de la fábula sin dar tregua a la broma del adulto.

Con su abuela, que no tenía tele, también pasaba tardes de lectura. Juntas terminaron Rojo y Negro, libro del que no recuerda apenas una anécdota, pero le es imposible olvidar la atmósfera que se generaba mientras transitaban los párrafos, las páginas, los capítulos. Atmósfera suspendida en el tiempo, anaranjada, como aquellos anocheceres ocre de otoño.

Aprovechaba los viajes en coche con sus tíos y sus primas para apurar alguna historia empezada. No había vez que no tuvieran que parar en medio de cualquier puerto de montaña para que la niña vomitara o al menos sofocara el mareo producido por los vaivenes con el volante y las letras del libro.

Ese lento aprendizaje de lectura en movimiento hizo que en los años de universidad aprovechara hasta el más mínimo trayecto en autobús para darle un último repaso a los apuntes antes de un examen o para finiquitar todas las lecturas interesantes recomendadas por los profesores.

Varias veces, incluso en la puerta de una discoteca, se atrevió a sacar un libro mientras esperaba la salida de sus amigas, sentada en un banco, apostada bajo la luz de cualquier farola.

Por todo esto cuando aquella niña oye a algunas personas decir «no tengo tiempo para leer», le da un poco la risa. No es que no tengas tiempo para leer, es que leer no es una de tus prioridades. Puede que escojas descansar viendo un talent show o imbuido en una serie. Chafardeando por las redes sociales. O contemplando las formas aleatorias que el viento genera en las nubes.

Séanme pecaminosamente felices, que ya es viernes.
C.

P.D. No se me olviden de ir a votar este domingo 28A, por lo que más quieran.

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