11/4/19

Medea en la era del clickbait.

Una mujer mata a sus retoños. Inmediatamente después las tertulias se pueblan de expertos que sin juzgar, porque no son juristas, emiten juicios, y que sin ser profesionales de la salud, emiten diagnósticos sin haber profundizado en la naturaleza del posible problema. El asesinato, más si es el de los propios hijos, es amante de fértiles audiencias.

No se puede negar la atracción que suscitan los actos luctuosos. Quien más quién menos se ha dejado llevar por alguna noticia trágica trascendida a la res pública, incluso convirtiendo su eventual esclarecimiento en el pasatiempo que ameniza las tardes de su vida. Todos, sin excepción, somos un poquito cotillas. Y también un poquito morbosos.

El problema no es ese, no es nuestra curiosidad malsana, porque las opiniones que se generan entre corrillos de amigos –virtuales o analógicos– o con los vecinos tomando el fresco suelen quedarse en esos pequeños círculos y son fácilmente rebatibles si cualquiera de los participantes tiene algo de sentido crítico y valor para hacerlo patente. El problema parte de los dictámenes que suscitan los supuestos expertos cuando estos no son tales aportando a menudo puntos de vista más propios de los primeros escenarios que de un medio de comunicación serio.

El doble crimen de Godella ha despertado los bajos instintos de muchos de esos expertos que se han dejado llevar más por el tweet facilón, la imagen escabrosa y la rapidez con la que parece ir todo que por el análisis reflexivo de un asunto tan complejo y poco conocido como es la psicosis puerperal.

Habitualmente este tipo de trastorno mental, poco frecuente por otra parte, termina en el suicidio de la madre que pasará a engrosar la estadística de suicidados sin matiz alguno ni titular resaltado en prensa. Solo de vez en cuando la enajenación llega a ser de tal magnitud que la muerte se apodera de los cuerpos de los hijos y no del de la progenitora.

Lo gracioso, a falta de un adjetivo mejor, es que este desequilibrio no es difícil de detectar por los allegados ni de de tratar por profesionales con formación. La propia abuela de los niños fallecidos alertó días antes a las autoridades pertinentes que su hija le había enviado mensajes sin sentido y que no atendía a sus llamadas. En el colegio al que acudía el hijo de tres años también notaron un comportamiento extraño en ambos padres, que no llevaban al pequeño a clase desde hacía días aduciendo como excusa una inminente –e inexistente– mudanza.

¿Qué ha fallado en Godella? Sin lugar a dudas el desconocimiento de este tipo de dolencias, incluso por el personal sanitario o los servicios sociales, que tendrían que actuar con mayor preparación y diligencia. Pero también el tan cacareado servicio público de los medios de comunicación que podrían haber aprovechado el trágico suceso para dar a conocer la complejidad que encierran este tipo de situaciones. En vez de eso se dedican al chisme y la patraña. Nadie ha sido capaz capaz de anticipar el dolor de esa madre cuando despierte de su delirio.

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