4/5/19

Consumir el pasado.

El verano del 18 se celebraron en mi pueblo Las Edades del Hombre. Obviamente no pude hablar con todos mis paisanos, pero con los que crucé conversaciones sobre este particular mostraron su complacencia con el evento. «Más dinero para el pueblo» fue el sintagma más escuchado. Pasado ahora el subidón estival, me pregunto si muchos de aquellos con los que cambié unas palabras sabían verdaderamente en qué consistía eso de Las Edades.

Los aguilarenses somos afortunados. Contamos con una buena cantidad de piedras medievales, alguna anécdota histórica y un entorno natural único entre montañas, ríos y páramos que nos ha permitido mudar una economía basada en la agricultura, la ganadería y la industria galletera hacia otra en la que el turismo cultural se va conformando como piedra angular de los ingresos locales desde hace un par de décadas.

Nada nuevo bajo el sol. Aguilar de Campoo pertenece a un grupo relevante de núcleos dentro de la España Vacía –tan bien descrita por Sergio del Molino en su libro– como Sigüenza, Urueña, Puebla de Sanabria, Almagro, Albarracín, Trujillo y Sos del Rey Católico, entre otros, que se han subido al carro del tradicionalismo para intentar reflotar un censo moribundo.

El folclore parece ser la fórmula que mejor funciona, aunque no sea la única y toque pensar qué inventar para los restantes meses del año, de igual modo que los vendedores de helados se devanan los sesos con estrategias comerciales para incentivar su consumo durante el invierno. 

Asimismo la epidermis del problema no nos puede hacer olvidar la profundidad que puede adquirir dicha apuesta única por el elogio del pasado. No se puede condenar a una población entera a estar en un estado de interpretación continuo, por mucho que guste el disfraz de dama o caballero.

El turismo no ha de ser señero en estas lides. Es más, el turismo, con una muchedumbre en general pacata, que solo quiere deglutir experiencias para mostrarlas a la vuelta de vacaciones (o en el momento a través de las redes sociales), se puede convertir en plaga y mal mayor expulsando a los habitantes genuinos del lugar hacia otros menos sumidos en el circo que se monta, cuando no por completo fuera de él.

Se presenta un gran dilema con no fácil solución. Cómo explotar los pocos recursos con que cuentan algunas comarcas sin que nadie se sienta excluido o desnaturalizado y, por supuesto, sin renunciar al futuro.

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