27/7/20

No es país para niños

Hace unos años, cuando trabajaba con nómina y contrato, la secretaria de la oficina se presentó una mañana con pasteles y bebida. No era el cumpleaños de ninguno de nosotros. No habíamos ganado ninguna gran cuenta. No nos había tocado el décimo de lotería que comprábamos entre todos. Estaba embarazada de su primer hijo.

Todos nos alegramos un montón, la abrazamos y besamos, hicimos las típicas preguntas para cuándo, sabéis ya qué es, incluso barajamos una lista con posibles nombres, ¡que se notara que allí había mucha mente creativa! Por supuesto disfrutamos de las viandas que nos había traído y brindamos con el vino antes de dar carpetazo a la semana.

Acabo de escribir todos, pero en realidad no fue así. Nuestro jefe, y dueño de la empresa, compartió los pasteles y la bebida, sin embargo la primera frase que salió de su boca fue [sic] pues vaya putada que nos haces, Fulanita.

Lo cierto es que Fulanita tuvo su hijo, se cogió su baja de tres meses más la lactancia, volvió al trabajo y no pasó nada. Entre todos sacamos más o menos adelante su trabajo durante ese tiempo. Por supuesto que la echamos de menos y cuando regresó, la quisimos aún más de lo que ya la queríamos. Pero jamás lo vivimos como una tragedia griega.


Esta cansina pandemia ha puesto de manifiesto otra realidad más de la que se habla poco y se sufre mucho: la niñofobia. Parece ser un asunto que viene de lejos. Los niños (no digo ya los bebés) no han interesado nunca demasiado. Siempre han sido ninguneados por las sociedades. Si hasta en el Nuevo Testamento se desconoce qué fue de la vida de Jesucristo desde la presentación a los sabios en la sinagoga hasta el comienzo de su vida pública, es decir, se desconoce toda su niñez y toda su adolescencia.

Nuestros niños han estado cuarenta y dos días metidos en casa sin salir siquiera al rellano de la puerta. Me siento afortunada por tener una terraza y un patio trasero. Cada vez que mi hija se ponía nerviosa, dábamos un "paseo" por el patio, jugábamos a la pelota o mirábamos las ventanas de los vecinos desde la terraza. Los aplausos de las ocho se les dedicaba también a ella, que se iba a la cama feliz, creyendo que todos le tocábamos palmas por lo bien que lo había hecho un día más.

A estas alturas todavía no tenemos ni idea de cómo va a ser el regreso a la escuela en ¿septiembre? Se oyen cositas, que si desdoblar clases, que si ir por turnos, que si contrato más profesores, que si 2000 millones... Pero en resumidas cuentas, nada. Nos conformaríamos con que se hablase de los niños la mitad de lo que se habla de los turistas o del ocio nocturno. Si bien los niños no dan dinero, no son productivos (como los abuelos).

Y, como lo único que parece importar es el dinero, me resulta cuando menos chocante que algo que afecta, aunque sea de forma indirecta, a todo el tejido productivo del país (quien más quien menos tiene algún churumbel), se le esté prestando tan poca importancia.

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