12/12/20

Paisaje junto a Nerja

 En las paredes del Museo del Prado cuelga un lienzo de Carlos de Haes titulado «Paisaje junto a Torremolinos». En él se pueden apreciar los acantilados a pie de playa que existían en la zona a mediados del siglo XIX, cuando la Costa del Sol empezó a ser una especie de Tánger a la europea para los intelectuales y bohemios del primer mundo. En escena, un par labriegos, uno a lomos de un burro y otro reposando en la sombra mientras juguetea con un perro cazayo. Ambos encarnan la diminuta presencia humana junto a dos barquitos de pescadores y el pueblo de Torremolinos, insinuado con tres pinceladas blancas en la lejanía. Todo lo demás: campo.


Ese paisaje de la playa del Bajondillo choca a día de hoy. En un recorrido en coche por la A7 entre Málaga ciudad y Manilva —último pueblo grande de la provincia hacia el oeste— solo se ven construcciones, centros comerciales, urbanismo. Hacia oriente la cosa no cambia demasiado: desde la capital hasta Nerja es difícil vislumbrar algo que no sea ladrillo o mar de plástico. Más allá de Nerja, buscando su famosa cueva por ejemplo, se llega a Maro, un antiguo pueblo de pescadores, donde se apoderan del paisaje los verdes de los alcornoques, el azul del Mediterráneo y los colores tierra de las escarpaduras que miran hacia el mar. La Axarquía es la única comarca malacitana que aún conserva un poco de naturaleza a pie de playa dentro de los 175 kilómetros de costa que tiene la provincia.

Pero Málaga está a punto de perder ese pequeño espacio verde que aún atesora, declarado Bien de Interés Cultural (BIC) y Parque Natural, llamado de Maro-Cerro Gordo. Salsa Inmobiliaria, el departamento inmobiliario de la poderosa Sociedad Azucarera Larios, quiere convertir el antiguo ingenio de San Joaquín y sus alrededores en una zona exclusiva dotándola de hotel de lujo con campo de golf anejo y zona residencial con 680 viviendas de alto nivel. La empresa defiende el proyecto alegando que las construcciones comenzarán a quinientos metros de la costa y que no perjudicaran el parque natural puesto que gran parte de la circunscripción en la que pretenden meter pico y pala ya está calificada como urbanizable.

El antiguo ingenio San Joaquín, propiedad de Sociedad Azucarera Larios, situado en Maro (Málaga).

Una de las realidades es que para llevar a cabo dicho proyecto se deberían recalificar millón y medio de metros cuadrados que actualmente son suelo rústico, gran parte de ellos dedicados al cultivo de aguacate y mango. La otra, no menos importante, es saber de dónde va a salir todo el agua que requerirá el mantenimiento de un campo de golf de 18 hoyos. Desde la promotora apuntan al uso del agua de la depuradora de Nerja, sin perjuicio de los pozos y acuíferos de la zona, y por ende de su agricultura. Sin embargo el edar lleva varios años de retraso en su ejecución y no se sabe a ciencia cierta cuándo podrá empezar a funcionar realmente.

La comarca, una vez más, se halla hasta cierto punto dividida. Los cantos de sirena de la promesa de empleo y turismo de lujo en la actual situación de crisis mundial son muy poderosos, tanto como para dejar a un lado todo lo que se perdería por el camino. Frente a ellos la plataforma creada para defender la región Otro Maro, otra Nerja es posible, auspiciada entre otros por Ecologistas en Acción, que pone de manifiesto que el proyecto no es sino un intercambio de favores entre ayuntamiento y empresa. Efectivamente Larios ha ido cediendo al consistorio nerjeño durante la primera década del siglo 71.628 metros cuadrados para equipamientos públicos (Parque de Bomberos, Centro de Salud, cuartel de la Guardia Civil…), parte de ellos aún sin ejecutar. La recalificación del terreno agrícola que se necesitaría para llevar a cabo el plan Maro Golf, según los portavoces de la plataforma, no sería más que un intercambio por las deudas contraídas con las empresas de la familia Larios.

Nieves Atencia (PP), concejala de Urbanismo de Nerja, también apunta dicha circunstancia sin sonrojo alguno. La carencia de suelo público en los años pasados hizo que el gobierno municipal tirara de diferentes propiedades de la Sociedad Azucarera Larios que ahora, en palabras textuales, “se compensan”. Atencia, además, cree que es la mejor solución para Maro puesto que la zona se ha ido degradando hasta convertirse en un lugar con “feos invernaderos, indigentes y hippies viviendo en cuevas”.

El convenio que regularía dicha compensación a través del plan Maro Golf no llegó a publicarse en 2015 y estuvo totalmente parado durante los cuatro años de legislatura municipal del tripartito PSOE-IU-Podemos. Sin embargo al retomar el poder el Partido Popular tras los últimos comicios de 2019, y gracias al desbloqueo en plena pandemia de 21 leyes autonómicas —entre ellas la ley de costas y la urbanística— que se llevó a cabo en el conocido como decretazo aprobado por la Diputación Permanente del Parlamento de Andalucía el 9 de marzo 2020 (actualmente en estudio por parte del Tribunal Constitucional), se publicó, el 23 de marzo, el convenio del ahora llamado Plan Larios, en el que se pone negro sobre blanco todo el desarrollo urbanístico de la zona.

Con el territorio totalmente desprotegido y la burocracia echada a andar, pese a las alegaciones formuladas y la recogida de firmas por parte de vecinos y opositores al plan, solo quedan dos caminos de esperanza para que semejante disparate no se lleve a cabo. El primero, la cercanía de la Cueva de Nerja, aspirante actual a Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, que pondría en entredicho su candidatura debido al flagrante abuso del entorno que la rodea si se empezase a construir. Y el segundo, las diferencias entre los tres hermanos de la familia Larios, que se basan más en una cuestión de liquidez empresarial que de apego por la propia tierra.

[Este texto, queridos lectores, ha sido escrito para el Taller del Bremen. Llevo tiempo tratando de pergeñarlo, aunque pensaba darle un tono más de columna que de crónica, que ha sido el tema que se proponía desde el taller. No suelo publicar en mi blog personal los textos del Bremen, pero este es necesario que sea hecho lo más público posible.

Maro para mí es muy importante. No quiero explayarme, pero... Cuando me vine a vivir a Málaga, me llevaban los demonios. Era una cosa que veía irreal, no le había dado suficiente importancia. Estaba volcada en mi Proyecto de Fin de Grado de Diseño y cambiar de ciudad no entraba en mis planes. Los primeros meses (el primer año, diría yo) fueron duros, con idas y venidas continuas desde la capital del reino, con varias mudanzas y vagabundeo entre pisos de AirbNb y hoteles.

Un día paramos nuestra locura pseudonómada y nos fuimos de visita a Frigiliana. Perdiéndome a posta, acabamos en Maro (la foto que ilustra este post es de ese día) y, bueno, no sé si existen los amores a primera vista con los lugares, pero a mí me pasó algo así, que me enamoré del sitio, de los acantilados, del verde, de las casitas blancas, del acueducto... 

De repente me reconcilié con la idea de vivir aquí y empecé a descubrir toda la magia que envuelve a Andalucía. Andaba flipada con el Al Andalus y su legado desde tiempos inmemoriales (es otra historia y deberá escribirse en otro momento), pero solo desde aquella excursión me di cuenta de que lo estaba viviendo. Así que ¡fíjense si es importante para mí Maro!

Desconozco si aún recogerán firmas para que semejante despropósito no se lleve a cabo porque el periodo de alegaciones en contra ha terminado... De ser así, por favor, cuesta un minuto firmar. Creo que Maro es de las pocas cosas verdaderamente auténticas que aún conserva Málaga en su litoral. Sería una pena perderlo en aras de un anodino y repetido hasta la saciedad dentro de la Costa del Sol campo de golf con hotel.]

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