21/9/21

¿Para qué sirves, querida?

Hace unos años, en la anterior crisis, se acercó una señora mayor con un carrito de la compra mugriento para pedir limosna en la parada del autobús en la que me encontraba.

En ese momento estaba leyendo un libro muy interesante y hasta me molestó un poco la interrupción. Después, sentada cómodamente en el 34, me di cuenta de mi grosería (y la del resto de mis compañeros de espera) al ignorar a aquella mujeruca.

Es una imagen que me acompañará toda la vida (de hecho creo que lo he contado en este blog alguna que otra vez). Durante un tiempo tuve reservado un billete de cinco euros -los intereses de demora- por si la casualidad me volvía a cruzar con aquel ser tan vulnerable e ignorado por todos. La realidad es que no la he vuelto a ver.

En mi barrio actual, a las puertas de un supermercado, se aposta todas las mañanas una viejilla de ojos pequeños y brillantes. Lleva una coleta larga, canosa, bien peinada, y el mismo carrito que la anterior mendiga aunque infinitamente más limpio. Todos los días, todos, saluda a mi hija cuando entramos a comprar. Ella, ya por confianza, le devuelve el saludo e incluso le ha tirado algún que otro beso con la mano. De vez en cuando le damos algunas monedillas (¡qué difícil andar con suelto en estos tiempos de pandemia!). Siempre, entremos o no al súper, nos paramos a decirle por lo menos hola.

Ayer, al ir a por el pan, pasamos a su lado. Nos paró y de su carrito sacó un balón blanco impoluto que le regaló a la niña. Desconozco si ella conocía que había sido el cumple de la cría, qué más da. Me dijo jugad en casa con él, que por la calle está todo muy sucio. El detalle y sus palabras me encogieron el corazón.

Ni siquiera la familia ha tenido el detalle de regalarle algo a la que es su nieta o sobrina durante estos dos años de vida (y no será por estrecheces económicas, que tampoco hace falta bañar en oro un Pocoyó para tener una deferencia con la enana).

Hoy, al ir de nuevo a por el pan, me he parado a charlar con la anciana y le he preguntado qué necesitaba de dentro del supermercado. Por supuesto se lo he comprado, pese al apuro inicial que le dio a la mujer.
 
Pensaba yo en este día y poco desde que un balón blanco impoluto pasó a formar parte del ejército de balones de la casa qué es la política y sobre todo para qué sirve. Porque si dejamos abandonados a su suerte a personas tan tan indefensas como las dos mujeres que ilustran este post -dos señoras que, aunque quisieran buscarse la vida de otra forma, no podrían porque su edad las ha expulsado ya del sistema- es que algo estamos haciendo rematadamente mal.

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