16/9/21

Seguridá Sosiá

Hace unas semanas me pasé casi cinco horas en urgencias. Un trato maravilloso, no hay queja, ni siquiera del tiempo de espera (sólo faltaría).

Me obligaron a ir desde casa. Tenía un dolor agudo por la zona del esternón, mareos y una sensación de ahogo muy desagradable. Yo ya sabía que nada tenía que ver con un infarto (las mujeres no tenemos los mismos síntomas que los hombres frente a una enfermedad cardíaca), pero el caso cercano de una amiga a la que le han tenido que poner un stent hizo cundir la alarma a mi alrededor.

Después de descartar Covid (¡cómo no!) y algo chungo en la patata, los médicos atribuyeron mis síntomas a un cuadro agudo de ansiedad. Me enviaron a casa y me dijeron que tratara de relajarme, como si yo quisiera estar estresada así porque sí.

La cosa es que sigo más o menos igual. El dolor no es tan molesto, pero estoy ahogada todo el rato y muy muy cansada. Como los médicos de urgencias me dijeron que si persistían los síntomas, consultara con el médico de familia, eso hice. Soy una chica aplicada.

Ayer me llamó por teléfono. Estuve unos tres minutos hablando con ella, mi doctora. Le expuse brevemente el caso, miró mi historia, y después de pegarme una chapa paternalista sobre la solución de problemas y la necesidad de aprender a relajarse y ser consciente del momento -digna de experto de LinkedIn-, me dijo que me tomara una tila o una valeriana y, si no podía dormir, melatonina porque a  cuenta de la lactancia no puede recetarme nada. Y hasta luego, Maricarmen.

No soy médico. No soy asesora de lactancia. Solo llevo lidiando con depresiones y ansiedades desde que tengo uso de razón, tanto que las he integrado en mi vida como a quien le sale un padrastro en la uña. No es mi primer ataque de ansiedad, pero sí es el primero tan palpable físicamente.

No quiero un receta con tranquilizantes y menos aún una palmadita condescendiente en el hombro: quiero un camino, una solución, esperanza. No estoy así por placer; estoy así porque no sé cómo se hace para estar de otra forma.

De verdad que no lo entiendo. No entiendo cómo puedes dejar a una persona de esta manera y quedarte tan campante. Entiendo que los sanitarios de este país estén hasta el gorro de la situación, cansados y bla bla bla (no seré yo quien no defienda la sanidad pública española), pero es como si te llegara alguien con una pierna rota a la consulta y le dijeses, bah, tómate un analgésico, si te duele, y trata de caminar un poquito cada día, que pronto te acostumbrarás a tu pierna rota. Inasumible.

2 comentarios:

  1. Tampoco seré yo quien tire piedras a la sanidad pública. Pero lo de la salud mental es una asignatura pendiente. No funciona, simplemente. Lo he vivido en casa, y sé que la atención psicológica es prácticamente inexistente. Y cuando existe, es como de broma. La psiquiátrica algo más, pero con unos plazos larguíiiiisimos también. Desesperante.

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    1. Nunca ha funcionado muy bien. Mientras tengamos estigmatizadas este tipo de enfermedades, mal vamos. Y los psiquiatras... pocos he conocido —me sobran los dedos de una mano— que merezcan llamarse a sí mismo médicos.

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