10/6/22

De cuerpos y de dinero

(¿Lo he contado ya por aquí? Mmm, no sé, tal vez sí.) 

En tercero de carrera vino una profesora nueva a impartirnos Sociología. Se trajo aire fresco al claustro docente de la facultad introduciendo algo rompedor: no teníamos que hacer exámenes. En su defecto presentaríamos al final del curso un estudio sociológico, hecho en grupo, del tema que quisiéramos, previamente aprobado por ella, claro. Nosotros decidimos apostar fuerte: la prostitución, sin distinción de género, dentro de la Universidad.

Habíamos oído hablar de una chica, conocida de un amigo, que se estaba sacando Derecho por las mañanas mientras que por las tardes - noches se transformaba en, utilicemos el eufemismo, señorita de compañía. Era prostitución más o menos de alto standing, a través de catálogos y agencia (estamos en los 90, olvídense de webs y redes sociales). No hacía la calle.

Tras unos tímidos acercamientos a mujeres —no encontramos hombres— que estaban en la misma situación que nuestra musa, nos dimos cuenta de que se mostraban reacias a hablar del tema y no querían participar en ningún estudio, por muy anónimo que éste fuese. Se trataba en todos los casos de una situación transitoria que terminaría justo en el momento en el que el diploma de licenciatura estuviera con sus tasas correspondientes pagadas y solicitado en las ventanillas de administración.

Sí, a mí me tocó, dentro del grupo de trabajo, hacer las historias de vida, como se pueden estar imaginando (y lo que me solacé haciendo tantas entrevistas a varias prostitutas).

Tuvimos que cambiar el objeto de estudio ya que no encontrábamos una muestra representativa de estudiantes para hacer el trabajo. Nos fuimos a otra Bête Noire del sector: la prostitución de mujeres extranjeras. Recorrimos varias noches la Casa de Campo y no tuvimos mucho éxito. Al final, como se suele decir, la suerte nos acompañó porque uno de los mejores amigos de mi padre —un putero confeso— me abrió la puerta de varios burdeles y me presentó a muchas chicas que sí quisieron colaborar con nuestra investigación.

No voy a narrarles aquí detalles, el horror que en muchos casos estaban pasando esas mujeres. Mujeres que, por otro lado, estaban ejerciendo la prostitución de manera (más o menos) voluntaria, muchas de ellas por necesidad extrema. Sinceramente, no sé cómo podían aguantar aquello. Y ya no hablo del señor poco amigo del agua y jabón o el tocón de más; hablo de problemas de salud serios, teniendo que tomar pastillas u otras cosas para la menstruación (una semana sin trabajar al mes es mucho tiempo sin trabajar) y barbaridades del estilo.

Me tocó la patata profundamente una de ellas. Fue su manera de contarme, su cara lánguida, sus gestos tristes... Le pregunté, como a todas, que si quería salir de allí y me contestó con un rotundo sí. El más convincente de todos los que escuché durante las entrevistas. Me lo tomé como algo personal y, sabiendo que en su país de origen ejercía de cocinera, le busqué un trabajo. No es que fuese a currar a El Bulli, pero conseguí un puesto de ayudante de cocina en un restaurante muy apañado. Con contrato, por supuesto. He de decirles que, pese a que la nómina era modesta, yo jamás he ganado el dinero que en su momento le ofrecieron a la chica. No lo quiso y siguió en el club de alterne.

No se puede extrapolar un caso a todos los casos. No lo voy a hacer. Sus motivos tendría aquella mujer para no coger el curro y yo no soy quien para juzgar las decisiones de otros.

Pero me resulta curioso que en estos días que tanto se está hablando de abolicionismo gran parte de las corrientes de opinión están tomando la parte por el todo para tratar de explicar un fenómeno tan complejo y con tantas aristas como es la prostitución. Yo, desde luego, no tengo mi postura nada clara. Aunque cierto es que todos podríamos llegar a un acuerdo de mínimos. 

Nadie en su sano juicio puede estar a favor de la trata y la explotación de las personas. Nadie debería escoger un trabajo que aborrece, me da igual la naturaleza del mismo, porque no le queda otro remedio para ganarse las habichuelas. 

(Para ilustrar esta última frase lo mejor es remitirse al diálogo que mantienen Olmo y Alfredo en la película «Novecento» justo después de hacerse un trío con una bonita campesina necesitada de, pobre, necesitada de todo, y que no he podido encontrar a modo de clip para introducirlo en este largo post.)

La prostitución no va a desaparecer, por mucho que sea abolida o prohibida y sinceramente tampoco sé si es triste o no que no pueda desaparecer porque no voy a entrar en el juicio moral tampoco (¿no podría considerarse una forma de prostitución en exclusiva a todas esas personas que viven con su pareja sin tener ningún ingreso propio y que, dada la circunstancia, no podrían "dejar" la relación…?)

Educación, educación, educación: creo que es el pilar de todo y para todo, aprender a dejar de ver nuestros cuerpos como objetos intercambiables, usables, comprables. Y servicios sociales a la altura: que ninguna mujer u hombre no tenga más remedio que prostituirse (o alquilar su vientre o vender un riñón) para subsistir. Y leyes que protejan a los que libremente quieren ejercer esta profesión porque, como con todo, haberlos haylos.

2 comentarios:

  1. Joder, Cal.
    Lo clavas absolutamente. Que de den un Nobel, o algo.
    Nunca he ido de putas, pese a que en muchas ocasiones mis compañeros de trabajo lo hacían "para echar unas risas". Creo que no tendría estómago para tener sexo con alguien a cambio de dinero. Mi empatía podría con cualquier tipo de lujuria, estoy bastante seguro.
    Pero tengo muchas dudas sobre qué se debería hacer, qué se debería prohibir, de qué modo se deberían hacer las cosas. Mi problema (percibido) es que, como hombre cis/hetero (digo yo que acierto con la clasificación), puedo resultar sospechoso si digo ciertas cosas que van en contra de lo que debería pensar, puesto que se supone que soy de izquierdas y feminista.
    Las verdades absolutas son muy peligrosas. Gracias por las dudas, y por compartirlas.
    Repito, un Nobel o algo.

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  2. Jajaja, ¡un Nobel! 😜 (con una nómina en alguna empresa me conformaría) Gracias, Neo.

    Habla sin tapujos en este pequeño espacio por el que ya nadie o casi nadie pasa. Precisamente las voces masculinas son de las que menos se están escuchando en todo este tinglado y a la vez son, nos guste o no, los usuarios principales del "servicio".

    Tampoco se está dando demasiada voz a las prostitutas... No sé, lo mismo estoy equivocada, no tengo el tiempo necesario para seguir el tema con profundidad.

    Es un tema muy complejo, Neo, mucho. Lo único que creo que verdaderamente puede ayudar -y muy a la larga, también te digo, cosa de una generación por lo menos- es la educación, "vernos" de otra manera, no cosificarnos, sentirnos humanos, que al fin y al cabo es lo primero que somos. Lo demás son solo adjetivos añadidos.

    Un beso.

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