4/9/23

Cuatro años

Querida hija:

Hace unos días, en el pleistoceno de las redes (ojalá todo se haya calmado todo cuando tú seas capaz de apreciar estas letras que te escribo), se preguntaba por las preferencias de los padres a la hora de tener un hijo o hija, que lo de que lo importante es que venga bien es pura fachada. Nosotros no quisimos saber si eras niña o niño. Me enteré pasadas las ocho de la noche cuando una enfermera iba gritando por la puerta del quirófano que te conducía a reanimación, «niña, ¡es una niña!».

Pero no puedo decirte que no tuviera mis preferencias. Siempre había querido tener hijos, niños. Las niñas me parecíais muy mimimi, con tanto volante y tanta coleta. Y yo quería jugar con coches y subirme a los árboles. Puro estereotipo. 

Mientras mi barriga y mis piernas y mis brazos y mi cara crecían fui cambiando de parecer. Me apetecía que fueras niña. Le hacía mucha ilusión a tu abuelo, sobre todo, que se dirigía a ti en femenino. Y dejé a un lado los floripondios (porque no ibas a ser una muñeca como lo fui yo) y pensé en el poder de las mujeres, en la cantidad de cosas que hemos idos cambiando, poquito a poco. 

Pensé en Zenobia de Palmira, en Boudica de Britania, en Juana I de Castilla (que me cae infinito mejor que su madre), en Elisabeth I, en Hypatia, en Luisa Roldán, en Hildegard von Bingen, en Teresa de Ávila y en Cristina de Pizán. En María Blasco, en Margarita Salas, en Serena Williams y en Carolina Marín; en PJ Harvey… en muchas periodistas y escritoras a las que admiraba y admiro muchísimo. En mi ex-abuela y en mi madre que, con sus cositas, habían demostrado más arrojo en su vida que la inmensa mayoría de hombres que conozco.

Acaba de pasar un año complicado. Los terrible two han sido para nosotros los terrible three. Doce meses con demasiado cambios, toda tu vida de un lado para otro… Por muy nómadas que fuéramos como especie hace tropecientos mil años, nos tenía que pasar factura. Lo has dejado de hacer, pero hasta hace nada todavía jugabas a preparar las maletas para irnos a otro lugar, a París, normalmente, o a Milán, a trabajar con papá.

Lo mejor de todo es que te sigues riendo a todas horas. No existe mejor despertar que a tu lado, con los faros que tienes por ojos y tu sonrisa de oreja a oreja. Te estiras como un gato y me abrazas. Antes de dar los buenos días dices teta y nadie nos roba los diez o quince minutos que pasamos juntas, repanchingadas en la cama, ni siquiera las prisas por tener que ir al cole. Me enseñas tus pies —gruyère y mimolette—, que algún día me comeré sin remedio, y comprobamos que no se ha caído el ombligo por la noche. Ni el pañal, ¡ay, el pañal! A tu ritmo, pequeñaja.

No callas ni durmiendo. Tu seseo constante (ni que fueras andaluza, ¿eh?). Tu color aful, cortar las puntillas del cabello, que añadas el adjetivo loquito a todo lo que te sorprende y tu manera de conjugar verbos, tan graciosa, pónelo aquí, ¿los rindís?, no quepes en la silla, no me los has ponido bien, nehesito que vengas.

Has sido capaz de hacerte con el gobierno de toda tu clase en solo cuatro meses. Qué maravilla saber desde tan pequeña lo que no quieres y hacerlo saber. Ojalá nadie ni nada achante la confianza en ti misma que destilas, aunque hayamos tenido que devorar un cursillo de negociación con infantes a marchas forzadas. 

La música —cantada, bailada— sigue siendo algo importante para ti. Los cuentos por la noche, cada vez más por el día. Los vestidos, pero también ir en pelotillas, el maquillaje (ay) y las princesas (ay, ay). Has empezado a hacer fotos y no se te da nada mal. Dibujar a Papageno y a Papagena, la letra A, la R, la S, la M y los arco iris, coger flores del prado y mirar las estrellas, que son de colores y que se caían del cielo y nos daban un poco de miedo.

El mejor día del verano ha sido a tu lado, parando las olas del Cantábrico, que no te hacía caso, mediterránea mía. Ay, y qué verano más difícil. Siento haber enfermado tanto y no poderte cuidar como me gustaría. Sé que es difícil de entender para ti, sé que lo que me dices, aunque duele, es fruto del abandono que a veces sientes por mi parte. Ojalá no tuviera que hacer nada más que jugar contigo, créeme.

¡Feliz cuarto cumpleaños, amor chiquitín!

No hay comentarios:

Publicar un comentario