¿Se puede estar enamorada de una canción?
Yo digo sí (de un repertorio entero, incluso).
Recuerdo cuando, de pequeñas, mi casi-hermana Nina se compró en cassette el debut de Jennifer Rush y nos pinchó «The power of love», a volumen nuclear, hasta que literalmente se rompió la cinta de hierro y cromo. Fue la pesadilla veraniega de mediados de los 80 en mi casa.
Algo así me pasa con «All of me wants all of you», que no puedo dejar de escucharla, eso sí, suelo ponerme cascos para no aburrir al personal con mis neuras y para poder apreciar con más claridad la susurrante voz y los instrumentos que la acompañan.
Conocí a Sufjan Stevens hace un montón de años, por un comentario que puso un conocido en Twitter-ahora-X en referencia a Illinoise, su primer bombazo musical. Me picó la curiosidad porque tengo familia en Chicago (al margen de ser una de mis ciudades favoritas de EEUU) y porque me pareció curioso el lettering del cedé. Me gustó una barbaridad.
Pero mi verdadero flechazo vino con Planetarium, un disco en colaboración con otros tres grandes músicos —James McAlister, Nico Muhly y Bryce Dessner—, que pone sonido a una de mis más grandes chaladuras desde que tengo uso de razón: el espacio. Había precedente, la obra de Gustav Holst Los Planetas, que nunca me ha llegado a emocionar del todo y aún menos en el grado que lo hace ésta de la que hablo.
Si son fieles seguidores de este solitario blog, sabrán que me cuesta mucho escuchar música actual desde que mi madre murió. Pues bien, uno de los pocos discos que me acompañan en este silencioso caminar es Planetarium. Lo compré a punto de dar a luz, gordísima y lenta, en el Fnac de Madrid, y han habido pocas semanas desde entonces en las que no haya escuchado al menos una canción.
De igual forma que solo soporto el banjo en los discos de Stevens y en los de Travis, solo aguanto el autotune en «Mars», una de las canciones que componen esta obra conceptual. Daría mi brazo derecho por escucharlo en directo y no les estoy largando una de mis clásicas exageraciones.
En fin, tantas cosas podría decir de la música de este señor (de sus villancicos, de Call me by your name, que ya ha estado por estos lares y cuyos títulos de crédito finales no me puede hacer llorar más…) y de él como persona, que me cae fenomenal, y que me iría de cervezas o a plantar dalias a su vera sin tener ni idea de quién es más allá de lo que cuenta en sus escritos y obras.
Les dejo con esta caricia sonora, en directo. Disfrútenla y séanme pecaminosamente felices.
Cal.
Por cierto, hoy sale a la venta la reedición de Carrie & Lowell, una delicia absoluta de principio a fin como pueden comprobar en el vídeo que enlazo. Mi madre también falleció el día de la fiesta nacional, en este caso de España —6 de diciembre—, pero yo solo conseguí sumergirme en una melancolía de la que todavía estoy saliendo. Otros, con ese dolor, crean obras maestras. Gracias, Sufjan.
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