¿Os habéis sentido alguna vez abrumados por la hoja en blanco? Yo sí, muchas. En cambio os quiero contar la más reciente. Hace unos meses mis amigos y yo nos volvimos a reunir en nuestro pueblo de origen. Cada vez resulta más difícil que nos juntemos más de cinco en el mismo sitio debido a la dispersión geográfica que origina el paro. En los últimos tiempos sólo nos reuníamos con ocasión de bodorrios o de cosas peores.
El caso es que en esta “reunión” nos dio tiempo para prácticamente nada. Un fin de semana cuando eres pequeño se hace eterno, pero a medida que pasan los años las horas pasan como minutos. Uno de mis amigos no hacía más que hablar de su blog y venga con su blog para acá y para allá. En fin, una, que no es precisamente el colmo de la tendencia, no se enteraba de nada: “Calamity, hija, ¿no sabes lo que es un blog?” Pues no, la verdad. Mi único conocimiento del mundo de los blogs era a través de uno que encontré de purita casualidad cuando buscaba por Interné algo así como cuánto vale una idea. Por cierto, lo tengo dentro de mis favoritos del explorer y no lo he vuelto a leer.
El domingo, con un resacón de la güan debido a la ingesta alcohólica de los dos últimos días, quedamos, entre portazos de coches y besos y buenas intenciones de vernos lo antes posible, en que alguien me enviara ésa dirección del blog. ¿Y qué es lo que hice yo durante toda la santa mañana del lunes? Pues eso, leer. Leer como una auténtica loca todo lo que allí estaba escrito. Incluso hasta aparecía yo en alguno de los comentarios... Me fui a casa. En el Metro no hacía más que pensar y pensar en el tema del blog. Pero como siempre existen peros empecé a pensar también en los inconvenientes de abrir mi corazón a todo aquel que se pasase por la dirección web en el que alojase mis más íntimos secretillos. Primero que sí, luego que no. Más tarde que porqué no. Y al rato que ni hablar.
Enero se suele caracterizar por una actividad económica prácticamente nula –al menos en mi empresa, quicir, en la empresa en la que trabajo ahora- y empecé a pensar seriamente en ocupar las ociosas horas en retomar mis diarios, esta vez de manera online. Y, por fin, el 21 de febrero, me abro mi propio blog. Toda una página virtual blanca para mi, para expresarme, para confesarme e incluso para exorcizar mis demonios internos. Qué bien.
Después de un período más que razonable pensando en “y ahora qué coño escribo” llegué a la conclusión de que no podía escribir nada. Ayer volví a mi hoja virtual en blanco. Coño, cuando uno tiene ideas siempre tiene algo que hacer, me refiero a obligaciones que le impiden “desarrollarse con naturalidad”. De repente un mogollón de curro en el estudio. Si es que... Vale, voy a mirar el lado positivo: con un poco de suerte, me renovarán contrato en abril. Aunque ya sabéis lo que dicen de un tal Murphy que se inventó unas leyes que, francamente, se las podía haber metido por donde la espalda pierde su nombre. Besitos, Calamity.

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