Hay heridas que tardan en cerrarse y que parecen doler eternamente. Mi tío Mariano sufrió una herida en la Guerra Civil Española que le causó que le amputaran el brazo derecho. Poco antes de morir, hace escasamente dos años, todavía me decía que de vez en cuando sentía su brazo derecho, que le picaba y hacía ademán de rascarse el brazo imaginario.
Mis heridas no son físicas (salvo una operación de la vista, pero he de decir que para nada echo de menos lo que me quitaron). Mis heridas son psicológicas a falta de una palabra que las denomine mejor. Me vais a llamar rencorosa y es posible que lo sea, pero tengo heridas que no sanan. Todavía recuerdo el día, era pequeñina, en el que fui a jugar con mis “amigos” del barrio y éstos se dedicaron a quemarme el pelo por un asunto que ahora no viene a cuento. También recuerdo otro día en el que mis compañeras de clase de cuarto de EGB, junto a sus hermanas mayores de octavo, me “apalearon” en el patio del colegio ante la mirada indiferente de las monjas cuidadoras. Recuerdo perfectamente el día que mi padre me preguntó: “Calamity, me estoy muriendo, ¿verdad?” y yo le eché una sonrisa y dije “Pero qué tonterías dices”. Y por supuesto recuerdo sus últimos días y concretamente su último día (otro día 11).
Y existe una herida que creía cerrada –de hecho llevo luchando toda esta última semana autoconvenciéndome de que está cerrada-, pero hoy me he dado cuenta de que no. Me he levantando por la mañana con el tañido de las campanas del Convento de Santa Clara. He venido al curro, en Atocha, y he visto tooooodas las furgonetas con sus antenas retransmitiendo desde uno de los lugares de la tragedia. El año pasado no me sucedió nada. Sólo llegué una hora y media tarde al trabajo –entonces trabajaba entre Leganés y Alcorcón- y no tenía ni idea de lo que estaba pasando. Sólo veía mucha gente en el metro y en las pantallas decían que estaba cortada la Línea Uno. A lo cual yo pensé “joder con las averías del metro”, y además fue lo que dije cuando conseguí llegar al trabajo: “peazo atasco hoy en la eemete”. Fue entonces cuando me enteré del horror. Y lo demás ya os lo podéis imaginar, creo que todos hicimos lo mismo ese día: localizar a toda la gente querida y después, después, después no sé, intentar ayudar en lo posible.
Mi mejor amiga de Madrid, llamémosla Ameva (sí, ameva con "v", no os vayáis a creer que es un microorganismo), y yo no pudimos llorar hasta que pasaron varios días.
Besitos y perdón por lo triste del post de hoy… (es una manera de exorcizar los demonios que uno lleva dentro, creo), Calamity.