En mis cerca de treinta años de existencia no he tenido la sublime experiencia de vivir sola apenas un par de fines de semana. Si echamos la cuenta, bah, mejor no, es desmoralizante.
Vivir acompañado tiene sus ventajas, por supuesto que sí, pero tiene una serie de inconvenientes que se van acrecentando con el paso de los años y de las diversas compañías. Me explico: a tus hermanos les puedes llegar a soportar el hecho de que todos los domingos por la tarde estén viendo sin cesar Estudio Estadio y demás programas deportivos. A los que tenéis el Plus, la liga dichosa. Pero, ¿qué me decís del compañero de piso, eh? Ese ser encontrado en la calle – la mayoría de las veces debido a un papel mal impreso con infinidad de números de teléfono recortables llamame-si-te-interesa-, ese individuo prácticamente anónimo que se cuela en tu vida prácticamente por arte de magia prometiendo ser un compañero ideal y que se transforma en la diana de todas tus ansiedades marujiles...
Y es que vivir acompañado por, digamos, un ser ajeno, tiene tela. Mis compañeros de piso son unos personajillos encantadores. Vamos, hay que decir que a mi me caen muy bien, unos mejor que otros. Por lo pronto eso tan útil que se escribe en los primeros días de convivencia y que se cuelga gracias a un imán en la puerta de la nevera, llamado Plan de Tareas, no sirve para nada. Sí queridos bloggers, para absolutamente nada. “Yo me encargo de hacer la comida los jueves y los viernes”, “No, déjame a mí hacer la cena los viernes que es el único día que libro”, “Vale, entonces los viernes ya friego yo”. En resumen: Baño: una semana cada uno. Comidas: cada uno que se apañe Cenas: los miércoles y viernes cenamos todos juntos. Nada, pura palabrería. El viernes vienes religiosamente a la cena de “confraternización” y en tu casa no está ni Rita la cantaora. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que te encuentras la nevera saqueada, un montón de envases de comida basura encima de la mesita de la sala, tooooooodos, absolutamente todos los ceniceros de la casa llenos de colillas malolientes y el gato de tu compañera arañando tu querida manta nórdica de plumas de oca. Ay.
Otro motivo de conflicto: el baño. Sí, ese cubículo pequeño y adusto que nos sirve de Salón de Lectura, porque en mi casa el baño es el Salón de Lectura. A punto estoy de colocar un revistero y todo (y no sería la primera casa que lo tiene, ¿verdad?). Tú te levantas con tiempo pegado al culo y la legaña al lagrimal y, qué te encuentras, el baño cerrado a cal y canto. Es Fulanito que, igual que tú, se ha levantado tarde y aún está en el baño. Pero, qué va, Fulanito no tiene ninguna prisa. Tú ya estás viendo a tu jefe con cara de pocos amigos diciéndote “Calamity, vuelve usted a llegar tarde”. Y además sabes que vas a llegar tarde porque además de entrar tarde al baño nunca sabes en qué condiciones te lo vas a encontrar... Eso si no está cercenado por los malos olores.
Y qué me decís del estupendo y cultural planning que se suele hacer de la televisión. Pues nada. Que no se cumple lo más mínimo. Lo primero y fundamental es que siempre hay alguien que ya tiene en su poder el mando cuando tú te dispones a escuchar a Julia Hortero en Las Cerezas. Joder, qué mala suerte. Es que los Martes ponen La isla-selva-atolón de los famosos. Hala, a tragarse a diez imbéciles creyéndose Robinson Crusoe (una cosa: si realmente están tan aislados como puede ser que ellas siempre salgan divinas de la muerte sin raíces negras y ni un mísero pelito en la sobaquera). Y los viernes, quién va a aguantar a al cada vez más oxigenada Cayetain Guillén Cuervo estando los Cruz y Raya haciendo payasadas en la tele. Nada, que eso de la cultura es una falacia. Nadie ve Gran Hermano, pero los jueves ver Off Cinema cuesta más que que te toque la Primitiva.
Pues eso, la vida en compañía que es una maravilla… Y sobre todo ahora que tenemos unas cuantas compañeras más de piso; silenciosas, eso sí, marroncitas, con más de dos patas y antenas en la cabeza y que al pisarlas (porque por muy silenciosas que éstas sean nadie las quiere como compañeras de piso) crujen. Qué ascazo. Qué poco glamour, por Dior (que diría Zapp).
Besitos mil, Calamity.
