Era una bebita totalmente calva, calva. Mi madre, pobre
mujer, ya desesperada con que después de haber cumplido un añito no tuviese más
que una pelusilla blancuzca y ni una pestaña, cuando me bañaba me pasaba la
maquinilla de afeitar por la cabeza para que, según ella, se me pusiese el pelo
más duro y me creciese con más fuerza. He de decir que no lo ha conseguido.
Tengo un pelo bastante lánguido aún y salvo unos desordenes hormonales que tuve
(la adolescencia que es muy jodida), nada ha conseguido que mi cabello tenga
cuerpo.
Lo de las pestañas ya era un mundo aparte. Hace poco mi ma
me confesó que hasta hace un par de años todavía se levantaba furtivamente por
las noches, tijera en mano, para cortarme las puntas de las pestañas para que
así se me espesasen. Así que yo con 20 años (y con más) notaba fenómenos
extraños en mis pestañas. Por más rimel que me echase, éstas parecían siempre
pobres.
Pero lo más gracioso fue un día que, según me contó mi
padre, me madre se llevó el disgusto del siglo: el día que me empezó a salir
pelo en la cabeza y ¡¡¡ERA PELIRROJO!!! Estaba mi pobre progenitora dándome el
biberón (nunca me gustaron demasiado las tetas) sentada en una butaca al lado
de la ventana de la cocina y un rayo de sol cruzó el cristal iluminando mi
pequeña cabecita y dando a entender que, por fin, me empezaba a salir pelo (qué
bucólico, imagináoslo). Mientras mi padre viendo la tele, of course. Pero se
levantó cual cohete de la NASA cuando oyó desde la salita de estar un grito
estertóreo de mi madre: “¡CAAAAARTA, VEEEEEN, CORRRRE!” . Arturo, mi padre, fue
en cero coma segundos a la cocina y se encontró a mi ma, todo desolación, con
los ojos prácticamente bañados en lágrimas o a punto y mirándole como cuando
los corderos cuando los llevan al matadero exclamó: “Calamity es pelirroja”.
Sniff, sniff.
Y es que antiguamente en los pueblos existía la creencia de
que las pelirrojas éramos una especie de bestia demoníaca enviada por el
mismísimo Belcebú para hacer cosas malas en la tierra. En mi vecindario había
una señora pelirroja y era mala malísima (todo leyenda urbana) y otra chica
joven que iba por su mismo camino. Y ahora llegaba yo, Calamity, el sueño de
mis progenitores y les chafaba toda la ilusión saliendo pelirroja y
convirtiéndome ipso facto en una adoradora del maligno.
Por suerte o por fortuna el tiempo lo cambia todo y éste se
encargó de cambiarme el color del pelo de un canela intenso a un castaño
cobrizo ceniza o algo así. Y luego los peluqueros que han pasado por mi testa
se encargaron de hacer todas las barbaridades que yo les pedía. Mi primer tinte
fue rojo, pero no un rojo cualquiera rojo tipo Marlboro. Vale, ahora son muy
típicos, pero en el 92 fue todo un cantazo. He probado todos los pelirrojos
posibles. Color berenjena (este no me queda muy bien). Negro zaino. Mechas
rojas, rojas a con raíces a medio kilómetro (a posta, que la peluquera cuando
se lo pedí se quedó aluciná), decolorado por completo, vamos blanco. Gris perla
(uff, muy mayor me hacía). Mitad rubio, mitad natural (tipo Mónica Naranjo y me
lo quité precisamente por ella. Yo quería parecerme a Cruella De Vil). Azul
petróleo, azul cielo, verde moco, rubio canario. Rubio platino. Mechas rubias
doradas, rubias beige, chocolate. Uff, qué mareo (eso sin contar con los
cambios de largura y los rizos-permanente-canichera). Y ahora, después de estar
tres años con mi color de pelo natural (mi madre y la madre del paquete estaban
encantadas), fui la pelu y le dije al chico: “quiero ser rubia”. Y así estoy,
más rubia que Paula Vázquez (pelín exagerada que estoy hoy).
Y vosotros, ¿habéis hecho alguna vez alguna locura con
vuestro pelo?
Besitos, Calamity.