15/3/05

Porque yo lo valgo o cariño: la niña es pelirroja

Leyendo hoy a Carol B se me ha antojado poner una anécdota de mi más tierna infancia referente a mi color de pelo. Ya, ya sé que es una sublime memez, pero este es mi blog, ¿no? Cuando era un bebé no tenía ni un pelo.

Era una bebita totalmente calva, calva. Mi madre, pobre mujer, ya desesperada con que después de haber cumplido un añito no tuviese más que una pelusilla blancuzca y ni una pestaña, cuando me bañaba me pasaba la maquinilla de afeitar por la cabeza para que, según ella, se me pusiese el pelo más duro y me creciese con más fuerza. He de decir que no lo ha conseguido. Tengo un pelo bastante lánguido aún y salvo unos desordenes hormonales que tuve (la adolescencia que es muy jodida), nada ha conseguido que mi cabello tenga cuerpo.

Lo de las pestañas ya era un mundo aparte. Hace poco mi ma me confesó que hasta hace un par de años todavía se levantaba furtivamente por las noches, tijera en mano, para cortarme las puntas de las pestañas para que así se me espesasen. Así que yo con 20 años (y con más) notaba fenómenos extraños en mis pestañas. Por más rimel que me echase, éstas parecían siempre pobres.

Pero lo más gracioso fue un día que, según me contó mi padre, me madre se llevó el disgusto del siglo: el día que me empezó a salir pelo en la cabeza y ¡¡¡ERA PELIRROJO!!! Estaba mi pobre progenitora dándome el biberón (nunca me gustaron demasiado las tetas) sentada en una butaca al lado de la ventana de la cocina y un rayo de sol cruzó el cristal iluminando mi pequeña cabecita y dando a entender que, por fin, me empezaba a salir pelo (qué bucólico, imagináoslo). Mientras mi padre viendo la tele, of course. Pero se levantó cual cohete de la NASA cuando oyó desde la salita de estar un grito estertóreo de mi madre: “¡CAAAAARTA, VEEEEEN, CORRRRE!” . Arturo, mi padre, fue en cero coma segundos a la cocina y se encontró a mi ma, todo desolación, con los ojos prácticamente bañados en lágrimas o a punto y mirándole como cuando los corderos cuando los llevan al matadero exclamó: “Calamity es pelirroja”. Sniff, sniff.

Y es que antiguamente en los pueblos existía la creencia de que las pelirrojas éramos una especie de bestia demoníaca enviada por el mismísimo Belcebú para hacer cosas malas en la tierra. En mi vecindario había una señora pelirroja y era mala malísima (todo leyenda urbana) y otra chica joven que iba por su mismo camino. Y ahora llegaba yo, Calamity, el sueño de mis progenitores y les chafaba toda la ilusión saliendo pelirroja y convirtiéndome ipso facto en una adoradora del maligno.
Por suerte o por fortuna el tiempo lo cambia todo y éste se encargó de cambiarme el color del pelo de un canela intenso a un castaño cobrizo ceniza o algo así. Y luego los peluqueros que han pasado por mi testa se encargaron de hacer todas las barbaridades que yo les pedía. Mi primer tinte fue rojo, pero no un rojo cualquiera rojo tipo Marlboro. Vale, ahora son muy típicos, pero en el 92 fue todo un cantazo. He probado todos los pelirrojos posibles. Color berenjena (este no me queda muy bien). Negro zaino. Mechas rojas, rojas a con raíces a medio kilómetro (a posta, que la peluquera cuando se lo pedí se quedó aluciná), decolorado por completo, vamos blanco. Gris perla (uff, muy mayor me hacía). Mitad rubio, mitad natural (tipo Mónica Naranjo y me lo quité precisamente por ella. Yo quería parecerme a Cruella De Vil). Azul petróleo, azul cielo, verde moco, rubio canario. Rubio platino. Mechas rubias doradas, rubias beige, chocolate. Uff, qué mareo (eso sin contar con los cambios de largura y los rizos-permanente-canichera). Y ahora, después de estar tres años con mi color de pelo natural (mi madre y la madre del paquete estaban encantadas), fui la pelu y le dije al chico: “quiero ser rubia”. Y así estoy, más rubia que Paula Vázquez (pelín exagerada que estoy hoy).

Y vosotros, ¿habéis hecho alguna vez alguna locura con vuestro pelo?
Besitos, Calamity.