Queridos todos:
Me llena de orgullo y satisfacción (igual que al Rey de España) poder admitir que ya soy berziana, esto es, del Bierzo. Vaya fin de semana que nos hemos gastado paquete y yo… Estoy hecha polvo, no me tengo y desde luego estoy haciendo un esfuerzo ciclópeo para mantener los músculos de mi cuello erguidos para que no caigan tipo peso libre contra la pantalla del ordeñador Mac lechoso.
Huyendo del mundanal ruido y del calor asfixiante que se respira por los madriles en los últimos días, mi paquetín y yo nos fugamos a la tierra materna, al origen de la familia de mi churri (que no de él que es alemán, cosas que pasan), al reencuentro de los ancestros perdidos, vamos, al pueblo de los padres de paquete.
Después de una semana currando como auténticos animales bien nos merecíamos un descanso. El sábado madrugamos (y eso que fuimos al sobre más allá de las tres de la mañana por causas laborales, que conste) y nos plantamos con los enanillos –parecemos Paco Martínez Soria con el pollo por Madrid- y una maletita en, digamos, cerca de Ponferrada. Sólo nos apetecía descansar. Tirarnos a la bartola y no hacer nada. Nada más que ver el tiempo pasar y a los lugareños también.
Pero el descanso no está hecho para nosotros, dos almas inquietas. Nada más llegar comilona con los suegros, abuela de paquete y etc. Charla distendida, por supuesto regada con los buenos caldos que por allí se dan, y antes de darnos cuenta nos plantamos en Ponferrada para buscar a la hermana de paquete que trabaja allí.
Paseo por Ponferrada con 35 º Centígrados a la sombra (tengo los hombros todo rojos y eso que me puse protección solar) en busca de un objeto cristalino para mi clase de hoy por la tarde. Y yo, ansiando ir a una cafetería que me encanta de aquella ciudad, me tuve que conformar con los cafés agua chirli del macdonals que han puesto en la zona nueva. Ay señor, salgo de Madrid huyendo de las multinacionales y mis huesos van a parar a otra de ellas pero a 380 Kilómetros. Qué cruz (me acordé de ti querido Dockof un montón y pensé “a lo mejor nuestros pensamientos están unidos por un hilo telepático, quién lo sabe”).
Y luego vuelta al pueblo al lado de Ponferrada. Corriendo-corriendo porque los papis de paquete cantan en la coral y ese mismo día empezaba la novena de San Antonio de Padua, patrón del pueblo. Allí estaba yo, atea de tomo y lomo, sentada en uno de los bancos de la iglesia oyendo las vocecillas de los que algún día serán mis suegros. Que conste que soy atea con conocimiento de causa, como diría Buñuel, atea gracias a dios.
Después me acerqué a revisar el estado de los retablos barrocos y, claro, haciendo honor a mi nombre como tantas y tantas otras veces, me quedé con un puti (una cabeza de angelito) en mi mano izquierda gracias a la carcoma imperante que se estaba apoderando de éste. Menos mal que ya estaba oscuro y que no se me vio mucho porque me debí de poner como un pimiento del Bierzo. Conseguí “pegarlo” y huí como una cobarde. Es una pena ver cómo están ciertas cosas que, se supone, nos pertenecen a todos y no hacemos nada por conservarlas.
Al salir de la iglesia los niños del pueblo estaban arriba en el campanario dando golpes a las campanas. El ruido que se inmiscuía por todos y cada uno de los rincones del pueblo era ensordecedor. Por lo visto están enseñando a tañer campanas a los infantes ya que los “profesionales” tienen demasiados años como para subir las escaleras del angosto campanario y atizar los badajos con soltura. Pues allí me encaramé y estuve dando la cencerrada a los lugareños durante cinco minutos, los suficientes para quedarme sorda el resto del día.
Y ya después todo fue de corrido. ¿Qué se hace en un pueblos pequeñito del Bierzo con cienes y cienes de bodegas? Pues eso, beber vino.
He catado todos los vinos habidos y por haber de la zona. Me he cogido unas mierdecillas medio tontas a todas horas. Tenia un asunto que resolver con un posible cliente para la empresa (por eso he estado tan ocupada durante las últimas semanas) y cuando voy a tener la reunión con él ya estaba medio cocida. Muy fuerte. Estuve todo el rato pensando “me notará la voz de borrachuza que tengo”. Me figuro que no porque él también iba más para allá que para acá. Y parece que el encuentro informal salió bien.
Encontrándome yo como un personaje más de la película “Entre copas” llegué a casa de mi suegra con una alegría contagiosa. Tan contagiosa que me tuve que ir a dormir al mona después de comer. Y el resto de la casa también se echó un sueñecillo aunque no quieran admitirlo.
Después del desperece, paseíto. Mil fotos a todos y cada uno de los rincones. Conocí a una burra preciosa que se llama Catalina. Estuve comiendo fresas salvajes (pero qué tipo de porquería comemos por aquí, nunca probé algo tan delicioso), catando más vinos, cogiendo lechugas y convirtiéndome en una berziana más. Y os digo cómo fue aquello.
Llegando ya para casa de los padres de paquete, éste hombre mío todo amable me dice: “deja que te lleve yo un rato la bolsa”, cosa de agradecer porque el equipo de Ulises, mi cámara, pesa un huevo. Y seguimos caminando tranquilamente al lado de la reguera cuando me pregunta: “¿sabes cuándo uno pasa a ser alguien del pueblo?”. Pues no, la verdad que no lo sabía. En el micro segundo que pude pensar antes de caer de bruces a la reguera mojándome todas las sandalias y los pantalones –los únicos que había llevado- de campana pensaba en cierto tipo de trámites burocráticos, pero no, no era esa la forma. La forma era de un origen más cristiano y menos político. Bautizo, pues, a mis 29 años seguido de ovación del público allí presente para convertirme en una riberana más. Ya soy del Bierzo.
Besitos a todos.
Calamity.

