Existen momentos en la vida en los cuales parece que todas las piezas encajan, que el sosiego está instalado; nos sentimos a gusto porque a la vez la rutina (aparentemente) no hace de las suyas. De repente un detalle lo cambia todo.
Un afamado cuarteto de cuerda ensaya el Opus 131 de Beethoven, pieza con la que abrirán su próxima gira mundial, pero el chelista, Peter Mitchell (Christopher Walken), no consigue acompasar su vibrato, pisa mal alguna cuerda y provoca que los demás pierdan la comba. No pasa nada: su mujer ha fallecido hace poco, será por eso.
Pero no es por eso.
Este es el punto de arranque de El Último Concierto, Yaron Zilberman, 2012, (ojo con el trailer que es de los que cuentan demasiado), película que desconocía por completo y que no dudé en ir a ver por dos motivos: Philip Seymour Hoffman y un cuarteto de cuerda de Herr Ludwig.
Me ha gustado mucho. No puedo decir que haya salido tocando palmas, pero al abandonar la sala tuve la sensación de haber estado ante algo compacto, perfecto, sin nada dejado al azar. Por poner un ejemplo tonto, pero un ejemplo al fin y al cabo, los títulos de créditos finalizan con el último acorde del séptimo movimiento del Opus 131.
La metáfora entre la pieza a interpretar y el transcurrir de la vida es agudísima. El guión es sencillamente maravilloso. Nos van posicionando en el presente de súbito cambiante de los personajes a través de diálogos inteligentes -normalmente de uno a uno-, a través de fragmentos de un reportaje televisivo antiguo sobre The Fugue (nombre del cuarteto), a través de acciones cotidianas como ir a correr a Central Park o una mudanza y por supuesto a través de la música que interpretan, que no es mucha para serles franca (es posible que yo esté con mono de concierto en directo).
Un drama coral que no deberían perderse, aunque no sea más que por ver a estos cuatro actores (los dos oscarizados P. S. Hoffman, C. Walken, nominada Catherine Keener y el ucraniano Mark Ivanir) haciéndonos creer que han nacido con violines, viola y violonchelo bajo el brazo. Vale y por esos pedazo casotes que se gastan los bobo's de Nueva York. Envidia cochina, de la mala-mala, me dan.
25/8/13
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Por cierto, que se me ha olvidado hablar del siempre grande Angelo Badalamenti, encargado de la música incidental de la película. Otra razón más para ir a verla. ;-)
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