30/5/14

Momitis.

Me decía hace no mucho una amiga blogger que ya no escribo sobre mi mom. La explicación es sencilla: quisiera recordarla antes de que el señor alemán invadiera por completo su cuerpecillo. Aunque es negar la realidad. Mataría por meterme en una burbuja transparente, sin móvil, teléfonos, ordenador, visitas, hasta que todo pasara. Pero no puedo. El paraíso en forma de cápsula incomunicada tendrá que esperar.

Hace unas semanas tuve que marcarme una carrera automovilística por la A-1 para llegar a tiempo a lo que pensaba que iba a ser el final de la etapa más difícil de mi vida. Lo mejor del viaje fue pisarle hasta ciento sesenta (señores radares, espero que me hayan fotografiado guapa al menos) para tener que concentrarme en la carretera y no poder pensar en nada más.

Una vez pasado el sobresalto del esqueleto con guadaña, se desataron todas las emociones contenidas y no solo me visitaron el susto y la adrenalina del asfalto, sino que se me vino el mundo encima. Necesité en ese instante hablar con alguien y lloriquear a moco y baba con ese alguien. Nunca he sido de lágrima fácil. Tengo una especie de recipiente en algún lado que va recogiendo el agua salada que me habita hasta que se desborda. Únicamente entonces me pego una jata de las buenas, de las de llorar hasta perder los ojos. Sola.

Pero necesitaba a alguien y recordé que, por muy mal que me hubiese llevado con mi madre, ella fue la única capaz de comprender mis melancolías y cortarlas de raíz soltando un sencillo "¡anda, chopo lirondo!". Pensé que con el cerebro tan frito como le tiene, seguro lo olvidaría todo antes de que saliera por la puerta, pensé que no la dejaría con la preocupación.

Y me dejé llevar. No hablaba, solo lloraba, lloraba y lloraba cuando de súbito oigo "¿por qué lloras?" Ô_Ô Les diré que la última vez que me dijo algo congruente fue hace casi dos años a tenor de que le comentara que iba a impartir unas clases de fotografía a lo cual respondió con un sonoro "¡la madre que te parió!"

Tras eso mantuvimos una conversación más o menos lógica en la medida de las posibilidades de que ella dispone. Le conté tooodo lo que me está pasando. Asentía o discrepaba con un gesto y me ofrecía la manita invadida por la artritis (no se hagan ilusiones, queridos, el instinto prensil es de los primeros que desarrollamos y de los últimos que perdemos).

La cosa no quedó ahí. Por favor, redoble de tambores. Me preguntó ¡por mi padre! ¿Por qué sé que se refería a mi padre y no a un señor de Murcia que estuviera caminando en ese momento por alguno de los áxones que aún conserva? Porque le llamó por su nombre.

Quería verle, irse de paseo con él, jugar a las cartas, al baile. Solo le pude decir, moqueando de nuevo, que pronto se encontrarían.

4 comentarios:

  1. Jo, Cal, lo siento, lo siento mucho.
    Tiene que ser terrible. Espero que no te falte el ánimo.

    Un abrazo enorme.

    ResponderEliminar
  2. Dice un refrán que a la fuerza ahorcan, Portorosa. Dice otro que Dios no te dé lo que puedas aguantar. No me queda otra. ;-)

    Otro abrazote para ti, cumpleañero.

    ResponderEliminar
  3. Lo siento...
    Nada más te puedo decir.

    Un gran abrazo

    ResponderEliminar