10/8/05

Dicen por ahí. Parte III

No puedo contaros mi primer beso con paquete. Ni siquiera puedo contaros mi primer, ejem, ya sabéis. El primero porque no me acuerdo. De lo segundo, pues tampoco (ni tú cariño, por mucho que disimules diciéndome que sí). Sé que aquel primer beso fue el primer día que quedamos para ir al cine, pero su evocación no aparece clara en mi mente. Sólo se perpetúa en mi ser el tacto de unos labios carnosos y húmedos recorriendo mi cuello y mi cara. Dos lenguas juguetonas –más la suya que la mía, que parecía de trapo- luchando por ganar qué sé yo. No recuerdo el lugar, ni el momento exacto de aquella noche.

Más chulo que un ocho y sabiendo los tejemanejes que me traía yo con los muchachos de mi pueblo y de los madriles el muy truhán osó mi ánimo. Una tarde de viernes cualquiera me preguntó algo a priori nada sorprendente “qué haces esta tarde”. Nada sorprendente, digo, porque por la tarde se supone que tenía que trabajar y tal fue mi respuesta. Pero lo verdaderamente pasmoso no fue ni la pregunta ni su respuesta sino la que me dio el a mi: “No te hablo de trabajar. Recuerda que soy tu jefe”. Gracias majo, ya lo sé, refunfuñaba yo por mis adentros. Después de eso, llevando como único equipaje nuestros propios cuerpos, nos plantamos en Sevilla en un periquete. Él tenía una reunión a última hora con unos clientes. Yo, así de repente, me puse mala malísima de la muerte. Todo mentira, claro. Vimos la Catedral y da gracias. No me preguntéis por la ciudad que poco más os podré contar de ella.

Ese San Valentín lo celebramos juntos. Éramos los únicos enamorados del restaurante Luna Rossa. También éramos los únicos a los que no les ataba nada, pero les unía todo. Ese día pusimos una fecha de caducidad a nuestra rollete entre piececitos por debajo de los manteles de la mesa y el rodar y rodar de copas de vino de Módena.

Así que llevamos cuatro años sin salir juntos. Pero viéndonos, besándonos, jugando y queriéndonos tanto como en aquellos primeros días de vino y rosas.

Amore, todo esto lo podía haber resumido con sólo dos palabras, esas que nos decimos casi a diario: te quiero. Y añado: con locura. ¿Me permitís que hoy los besos sean en exclusividad para mi chaval? Digo yo que sí. Calamity.

PD. Ay, siento el tostón. No ando muy inspirada últimamente. No es porque no tenga cosas que contar -fliparíais-, pero que no me concentro yo mucho con todo el rollo que tengo yo en casa y aquí rodedada de tanto loco por el videojuego. Sorry mil, quería hacer una bonita historia y dedicársela a Rober -que es el verdadero nombre de paquete- pero me ha salido un churrillo... En fin.