19/9/05

B.S. no O.

Sin descanso dominical alguno me pongo a teclear este post arropada por el silencio de ordenadores y luces de flexo que bañan con reflejo verde azulado las paredes huérfanas de adornos de la oficina, similares al bar donde tomaba leche el asesino en serie de La Naranja Mecánica.

El tiempo del fin de semana ha transcurrido como montado en una balsa de aceite –escurridizo y veloz- tras la barra de un asador de zona acomodada en la villa de Madrid entre vinos, pinchos de queso e ibéricos y soniquete lejano a fiesta de pueblo. Veintisiete horas de pie de las cuarenta y ocho que albergan dos días.

Todo empezó con una puesta a punto de los comedores mientras los altavoces del hilo musical escupían una horrenda música enlatada con el sabor de los últimos éxitos de las décadas pasadas. Llega un momento en el que los tímpanos se anestesian y ya no oyes nada excepto “¡niña, un vino!” respondiendo como si de un acto reflejo se tratara “¿blanco, tino o rosado?”.

Todo cambió con el son de los tambores de El Último allanando el camino hacia una banda sonora no original pero sí particular. El tiempo se detuvo por unos instantes y mientras abrillantaba cubiertos se sucedían canciones que me hacían a ratos mover tímidamente los pies (y no tan tímidamente que Rafa, mi jefe, más salao él que ni sé, se rió un buen rato al verme bailar con la escoba) y a ratos escalofriarme por completo.

Con El tonto Simón fregaba los suelos del salón comedor. Con Debajo del puente colocaba servilletas en los platos a la vez que asaltaban mi cabeza razones por las cuales me habría de sentir afortunada.

Como si de magia se tratase conocí a Fernando con su mulata sonrisa y esos andares de colegial repeinado al son de Te deseo. Sus indagadoras preguntas me hicieron abandonar mis tareas de fregadero –atestado de tacitas de café- para dedicarme a contestar con soltura inocencias que creía olvidadas.

Barrio ponía el punto nostálgico en un atardecer rojo y fresco como una sandía haciéndome recordar las calles de mi viejo pueblo mientras degustábamos unas pizzas -¡quién lo diría tratándose de un asador!- durante un merecido descanso y sabiendo que las cenas estaban ahí a la vuelta de la esquina.

Goles de baratillo que ponían en jaque a las grandes formaciones del fútbol nacional ambientados con Pastillas de freno y que encumbran a uno de los humildes, al Getafe, a la cima de la Liga.

Ana Belén sin su Víctor Manuel liaba mi mejilla y los pequeños labios de Fernando mientras me iba yendo ya por las escaleras con una estúpida sonrisa en la cara y el eco de su pregunta tan inocente como expuesta “Calamity, ¿podemos ir juntos mañana al cole?”. Claro que sí, pequeño.

Feliz entrada de semana a todos. Un beso.
Calamity.