16/12/05

Él

Mira que está hoy caldeado el ambiente político, social, cultural, educacional y hasta mi zulo madrileño está revolucionado (hoy cumple años mi pequeño xinffonier, quiero decir, mi compañero de piso: ¡felicidades, aunque nunca vayas a leer esto!), pero no. Me niego, al menos hoy, a hablar de todo el tinglado mundial.

Ayer rebuscando en el baúl de los recuerdos fotográficos de mi último viaje a Rusia (sí, chicos, todavía estoy organizando las cerca de tres mil instantáneas tomadas en el país de los Urales) me encontré con Él. No era el original. Era una copia del mismo que mora en la habitación principal de L’Academia en Florencia. Éste, al cual miro enamorada como la que más (no os frotéis los ojos: magia de Fotochó), está en una de las salas del Museo Pushkin de Moscú (y puedo decir con asombro que es una copia mejor ejecutada que la que se haya en la Piazza di la Signora, sitio original de la estatua).


Pero el importante es el otro, el de verdad, el que está hecho de un trozo marmóreo de Carrara que se cruzó en su día con Miguel Ángel y se dijo para sí mismo: “oye, pues de este pedazo de roca podría sacar un David bíblico de lo más atractivo” (seguramente Miguel Ángel tenía un lenguaje más exquisito, pero ésta no es una publicación exquisita, queridos todos). Y vaya si lo hizo.

El día que llegué a Florencia por primera vez (a parte de rompérseme las gafas) estaba completamente alterada porque le iba a ver en todo su esplendor. Incluso, con un descuido del personal de seguridad, rozar levemente su pie. Sé que es una desconsideración por mi parte hacia una obra de arte, pero la mitomanía tiene esa peculiaridad: los quieres tocar, tener un contacto por ósmosis con ellos, con tus mitos.

Pero, oh tristeza sin fin, en L’Academia no se pueden sacar fotos. Ni con flash, ni sin él. Y yo no me podía marchar de Florencia sin una foto de Él y sin ver los cuadros de Botticelli en los Oficios. Tampoco disponía de tiempo suficiente como para enviar una misiva al director de la institución y suplicarle que me dejara fotografiar a tan magno compendio de curvas de Praxíteles, músculos y rizos en la cabeza. Así que utilicé mi (nuestra, de Paquete y mía) creatividad.

Al día siguiente, nuestro último día en Florencia, me coloqué una tremenda barriga de embarazada y oculté dentro del cojín del hotel que simulaba un futuro bebé a Baby –como si de un juego lingüístico del destino se tratara-, mi antigua réflex. Y entramos Paquete y yo a L’Academia sin ningún impedimento. De hecho estar embarazada me granjeó las sonrisas y cuidados de mucha gente que ni me conocía, ni me volveré a cruzar en la vida.

Y con mi barriga de “estoy a punto de parir (gemelos si me apuras)” y las toses de Paquete cada vez que accionaba yo el disparador (mira que tenía carraspera ese día mi adorado tormento) salió lo siguiente:


¿No está mal para ser una foto robada, verdad ;D? Besos para todos. Que paséis un feliz fin de semana.
Miss Calamity.