13/1/06

Anita Terremoto & Cal

(Recopilado de Ya.com)
En seis lustros de vida he ido advirtiendo de que los amigos van cambiando al igual que los años. Gente con la que te llevabas a las mil maravillas en el cole no deja de ser un auténtico desconocido hoy en día. Recuerdo a María Jesús, mi primera amiga del alma. Éramos uña y carne. Estábamos todo el día juntas. Por supuesto a nuestro alrededor giraban satélites. Uno se llamaba Olga, una niña recién llegada de Barcelona que tenía unos barriguitas muy bonitos que todavía no comercializaban en nuestro pueblo. O Nacho, el novio de María Jesús. Eran novios porque él se dedicaba a levantarle la falda en los largos y plácidos recreos del colegio de monjas. Y los satélites decanos, esto es, la hermana de María Jesús, Adela, y sus amigas. Sólo estaban un curso por encima de nosotras, pero ellas eran "las mayores”.

Un día María Jesús se fue. Sus padres cambiaron las nevadas tierras del norte de Palencia por la playa de la Kontxa. No he vuelto a saber de ella. Incluso puede ser que nos hayamos cruzado infinidad de veces por la calle y no nos hayamos reconocido.

En los últimos cursos de EGB estuvimos Ángela y yo acompañadas de los satélites Rosana y Alicia. En BUP mi prima Lili, la que vive Londres, que aún sigue siendo una de mis grandes amigas. Y también Isabel, y Quela, y Julia, y Apa... Ángela se casó. Isabel vive aquí en Madrid y de vez en cuando nos vemos. Quela, no sé, la vi el día que cumplía treinta años llorando a moco y baba porque su novio se había ido precisamente ese día a una concentración de moteros (tremendo majadero). De Julia no sé nada. Espero que sea una gran abogada en Valladolid. Apa va a tener su primer hijo dentro de cinco meses.

De la Universidad conservo tres grandísimas amigas: Lucifer, la fiestera más grande que haya dado este país y mejor persona, con un corazón que no le cabe en el pecho (y es amplio, se lo aseguro). Speranza Gon, la arquitecto-account planner-modelo fotográfica entre amigos-chicaparatodo, de la que hablaré algún día porque la niña –una auténtica Bridget Jones pese a que ella insista que soy yo la más Bridget de las dos (espero que no)- da para conversar largo y tendido. Hace un año que no sé de ella, pero eso significa que está feliz. Si le pasara algo malo, lo sabría la primera. Tenedlo por seguro.

Y mi tercera gran amiga: Anita. Menuda es Anita. Hemos estado ¡¡¡ocho años sin vernos!!!, pero un repentino viaje a La Rioja hizo que nos volviéramos a encontrar. Y fue igual que en los programas de televisión en los cuales dos hermanos que llevan cienes y cienes de años sin verse se reencuentran: achuchones, sonrisas, abrazos, besos y lagrimillas tontuelas. Los típicos ¡¡¡pero si estás igual!!!, aunque es verdad, ella está igual, sigue pareciendo aquella chavaluca de Navarra con acento mañico (algo muy largo de explicar) de sonrisa sempiterna. Nunca he conocido a nadie más feliz en mi vida. La Terremoto siempre estaba bien. Si acaso se apuraba un poquito en vísperas de exámenes, pero nada que no pudiéramos solucionar bajando a la tienda de chuches de la esquina para atiborrarnos de ricas gominolas antiansiedad.

Me viene a la memoria aquel día en que Anita y yo andábamos sentadas por las escaleras del acueducto de Segovia esperando a que el reloj marcara las ocho de la mañana para que nos abrieran la puerta de la residencia. Teníamos un hambre canino y estábamos molidas porque llevábamos casi doce horas con el andamiaje en los pies puesto. Una triste rodaja de limón, pisoteada y sucia, hizo acto de presencia en escena y Anita se empeñó en que aquello era un calamar rebozado abandonado por algún hombre sin alma. Al vuelo la tuve que cazar antes de que tocara aquel trozo de fruta inmundo para llevárselo a la boca. Añado que el alcohol también es muy malo para eso de ver donde no hay.

Recuerdo nuestra particular Guerra del Agua en la cual nos vaciamos unos quince calderos de agua la una encima de la otra y de una tercera chica que nos acompañaba en medio de aquella diminuta residencia estudiantil. Las paredes estuvieron caladas y llenas de manchas de humedad más de dos semanas. Y las monjas se tuvieron que ir a cambiar el hábito por querer pararnos en semejante tropelía. Ilusas.

Sonrío cuando rememoro nuestras noches por Zaragoza con un diente pintado de negro pidiendo copas en los bares de manera correcta y seductora para más tarde mostrar la mejor de nuestras sonrisas y comprobar quien era el guapo que podía contener la carcajada ante tamaña fealdad.

Repaso aquel momento en el que nos distanciamos. El día que ella empezó a ser una periodista con título y yo preferí la compañía masculina de una noche a la suya que era fraternal y eterna de verdad...

Hoy Anita Terremoto cumple 32 añazos.

Feliz fin de semana. Besitos.
Calamity.