26/4/07

La cara oculta de la Luna

(Entrada rescatada de blogs.ya.com)
Ya
lo dije en su momento, que podrían caer chuzos de punta, tener que ir yo con la cabeza en la mano, que los bloques oriental y occidental de este mundo nuestro empezaran a pegarse zambombazos mutuamente, que yo, el 21 de abril de 2007, iba a estar a eso de las 21.30 horas disfrutando del show musico-visual que Roger Waters, ex Pink Floyd y por lo tanto dios, iba a ofrecer en el Palau Sant Jordi de la ciudad condal. Y allí estuve, of course.

Tras nuestro periplo aeroportuario, con pérdida de maleta incluída que paso de relatar, nos plantamos mi paquete (arrastrado únicamente por mi entusiasmo porque a él los Pink Floyd ni fu ni fa) en Barcelona. Un tiempo de vicio: calorcito pero sin mucha humedad. La familia esperándonos como agüica de mayo con ricas viandas catalanas y el piso en el que vivía mi hermana Tetxu para nosotros solitos. A cuerpo de rey, que se suele decir.

Llegamos al concierto con la puntualidad que nos suele caracterizar, es decir, tarde. Y Roger Waters, como buen inglés que es, empezó con la puntualidad que define a los británicos: ni un segundo antes, ni un segundo después. Vamos que cuando alcanzamos el palau ya sonaban los últimos acordes de In the flesh, la canción que abrió el recital… Y los primeros de Mother, que casi me da el soponcio cuando oí dicha canción, ¡con lo que me gusta!

No quedaba ni una entrada desde hacía dos meses, pero se estaba a gusto. Los
organizadores de tamaño evento procuraron que los que allí se iban a congregar no parecieran sardinas en lata. Se agradece, oye, que últimamente cuando voy a un concierto tengo que sincronizarme con el de al lado para poder respirar. Supongo que también pensarían en que la media de edad que iba a asistir al concierto rondaba más la cincuentena que la veintena… Eso sí, yo pensé que la estupidez era un terreno exclusivo de la cándida adolescencia, pero no, éste día me dí cuenta de que los adultos, sí, aquellos que llamamos gente madura, también puede llegar a unas cotas de majadería supinas (con lo bien que estarían charlando en los parques de Monjüic y no dando po’l culo a los que sí nos interesa la música, ay).

El concierto estaba estructurado en tres partes. La primera parte se componía de un repertorio variado en el que se combinaban canciones originales de Pink Floyd como son Wish you were here -que enloqueció la público presente mientras mostraba imágenes de los Pink Floyd de jóvenes, allá por los 60-, Shine on you crazy diamond o Sheep -que cerró esta primera parte con la coreada aparición de aquel cerdito de plástico rosa chicle que ya paseara por medio mundo en su gira “Animals” de los 80, eso sí, con lemas tan actuales como ‘Stop Bush now’- y canciones de los albúmes en solitario del músico británico como Set the controls for the heart of the sun o la recientísima y aplaudida Leaving Beirut, que nació a raíz de una corta estancia del músico en la ciudad libanesa y que hace referencia al clima social y político actual de una manera bastante pesimista (no es para menos).

La segunda parte ya fue de delirio y no solo para la abajo firmante. El músico tocó de cabo a rabo todo el “Dark side of the Moon” demostrándonos que, pese haber pasado casi cuarenta años de la publicación del, para mí, mejor disco del siglo XX, su vigencia y actualidad son aún un referente en la música actual. Waters otorgó en este momento el protagonismo a los músicos que le acompañaban (no en vano el largo está cantando originalmente por David Gilmour, no por Waters) y a un espectacular juego de videoproyecciones e instalaciones que dejaban boquiabierto al más pintado. Una enorme pirámide de neón comenzó a inundar el recinto del palau cuando las notas de Money empezaron a sonar –vitoreada por el público como si de un himno se tratara- para terminar desplegando un halo de luz blanca que se bifurcaba en los siete colores del Arcoiris mientras sonaba Brain Damage, para mí la más emocionante de todas, anunciando el próximo final de un espectáculo digno de no sé yo qué.

Con ganas de fiesta Waters salió al escenario por tercera vez para presentarnos a la magnífica banda que le acompañaba y deleitarnos con lo que podríamos llamar bises, pese a que ya estaban perfectamente planificados dentro del espectáculo sonoro y visual. No se andó con chiquitas y escogió canciones de “The Wall”, el album más reconocido por el común de los mortales. Another brick in the wall, part 2 desató el delirio de los allí congregados. Todos, absolutamente todos, coreamos aquello de “We don't need no education; We don't need no thought control; No dark sarcasm in the classroom; Hey, teachers, leave those kids alone!”.

Y para terminar ya de una manera apoteósica Waters entonó la siempre desoladora y realista Comfortably numb. Se despidió de nosotros tras casi tres horas de entretenimiento brutal y un aplauso imposible de aplacar diciéndonos con un amplio gesto de satisfacción: ”Barcelona, bona nit. Sous cojonuts!”.

Tú sí que eres collonut, Roger.