24/3/09

Onomástica

En las clases de Literatura -para desgracia de alumnos con poca curiosidad- los profesores rara vez suelen llegar al Siglo XIX. Algún avezado maestrillo consigue con mayor o menor suerte pasar de puntillas por las Generaciones del 98, del 14 y del 27. Para cumplir con el temario, me figuro. Ser profesor y llevar a efecto los estrictos y encorsetados cánones de la enseñanza actual (y/o de mi época) debe de ser complicado. Exigir además vocación, casi imposible.

No ando muy sobrada de suerte, pero en este caso me ha tocado la lotería dos veces. Primero con mi profesor de Literatura en el bachillerato. Si algo eché de menos al decantarme por las ciencias puras, fueron sus clases. Y más tarde en la Universidad fue Elvira, que me descubrió una forma muy diferente de entender la Literatura.

Pero quien importa aquí y ahora es mi profesor de bachiller. Llamémosle Cruz. Sólo a él tengo que agradecer algo tan concluyente como mi vocación profesional al descubrirme al que aún sigo considerando el más grande de los periodistas que ha dado el mundo: Mariano José de Larra.

Resulta increíble -hasta insultante para mí, con mis años- que un chavalín de apenas veintipocos años pudiera escribir de esa manera, con ese desgarro, con esa ironía tan fina, tan fina que te hace volver al principio del párrafo para cerciorarte de que lo que allí está escrito es precisamente lo que acabas de leer, con mordacidad, con astucia (para poderse saltar la feroz censura), con inteligencia...

Hoy hubiera cumplido 200 años. Porque Larra, aunque Google no le haya dedicado ninguno de sus logos de diseño especial, aunque este año sea -por excelencia- el del dipsómico favorito de un gran amigo (y mío también, conste), esto es, Poe, aunque ninguna editorial haya impreso ediciones especiales conmemorativas (con dibujitos -¡¡¡hmm, idea!!!- y toda la pesca), aunque no se haga ni una brevísima reseña en ningún informativo televisivo o radiofónico, etcétera, etcétera, etcétera, Larra, ese pobrecito hablador, es inmortal.

3 comentarios:

  1. Hola Cal.

    Plenamente de acuerdo con el sentido de tu entrada, especialmente en el párrafo en el que señalas que "resulta increíble -hasta insultante para mí, con mis años- que un chavalín de apenas veintipocos años pudiera escribir de esa manera, con ese desgarro, con esa ironía tan fina,..." La verdad es que la genialidad es así. Aflora a los pocos años y se refleja con una madurez que resulta increíble para el resto de los mortales. No obstante creo que la edad (el "barniz del tiempo", que decía un amigo mío) proporciona un punto, si no de genialidad, sí de madurez en toda tu visión e interpretación de la vida.

    Me ha guatado tu entrada.

    Besotes.

    "

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  2. Gracias, Rogelio. La pátina del tiempo... Tal vez sobrevaloremos demasiado a la juventud. Y que no se me malinterprete; conozco a pocas personas con más complejo de Peter Pan que yo. En cualquier caso Larra fue y es genial.

    Hola Porto. :*

    Por cierto, hoy San Jorge, hay un pequeño evento en Madrid (no sé dónde y me da pereza ir a buscar la programación de "El Día del Libro") en el que se leerán algunos de los artículos de Larra. ¡Lástima que no pueda celebrar Sant Jordi como a mí me hubiera gustado!

    Besos para los dos.
    Cal.

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