14/11/10

Mi pasión por las moras

Acabo de llegar de un mercadillo de época. No especifican qué época, pero parece que medieval, al menos por el atuendo de los tenderos. Los puestos son de lo más variopinto, pero sí que se nota una especie de línea entre neo hippie, DIY (do it yoursefl) y el puestecillo ooparts que le brinda cierta estructura como grupo.

No he podido resistirme a unas frutas italianas artesanales y riquísimas; unas gominolas, ea. Tampoco a pasarme por la taberna a saborear un pincho de morcilla de Burgos regado con un Ribera de Duero tinto y algo peleón. Pero lo que de verdad me ha conquistado han sido unas tremendas hogazas de pan artesano. De maíz. De centeno. De trigo. Me hubiera llevado una de cada uno. Pero la hogaza en cuestión pesaba cuatro kilos. Nos hemos traído una mitad de trigo.

Y mientras subía las escaleras que conducen a la mini mansión capitalina con un trocito de pan entre la mano y la boca, me vino a la memoria mi infancia. Aquellas tardes en el cole. Tardes con una luz especial, rojiza, que se colaba por las ventanas dorando el frío blanco de las paredes. Tardes de pretecnología y artes plásticas en el laboratorio de química, embadurnándonos la cara con témperas. Tardes en las que la tarea consistía en hacer una hogaza de pan en casa.

La luz colorada se filtraba entonces por las ventanas de tu casa, con tus padres, contigo, mezclando la amalgama de harina, sal y levadura mientras precalentaba el horno. Mirando atentamente al cristal para ver cómo subía y se doraba poco a poco la masa. Tardes de otoño compartidas, dando paseos por el campo hasta llegar a una lejana granja, buscando las primeras setas y las últimas moras de la temporada para después refugiarse al calor del fogón y transformar la materia prima en algo que iba mucho más allá de la simple receta culinaria.

2 comentarios:

  1. Ñam, ñam, una hogaza de pan de centeno y trigo. :)

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  2. Está riquísima, Corsaria. Ahora mismo la estamos cenando. :-)

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