No regreso de ningún sitio. Pero podría estar haciéndolo si en una de mis múltiples vidas paralelas en universos paralelos hubiera sido más ambiciosa y hubiera antepuesto mis necesidades a las de algunos otros. Pero no lo hice. Mientras la inmensa mayoría de contemporáneos cercanos a mí se dedicaban con 22 años o pocos más o pocos menos a ponerse de alcohol hasta las trancas (yo también) y tratar de solventar con el menor esfuerzo posible ese trámite llamado Universidad (ibídem), me dedicaba a dar consuelo a dos señoras (madre y abuela) y a tirar para adelante una casa que ya no la sentía como demasiado mía y otra que nunca lo fue y que se habían quedado sin referente masculino. Las corresponsalías y los reportajes intrépidos podrían esperar para más adelante.
Pero ¿y si los reportajes en África hubieran sido la prioridad? ¿Y si en vez de echar horas y horas y horas sofocando los fuegos de una familia coja hubiera echado horas y horas y horas en tertulias de cafetería, escuchando beodos monólogos a las puertas de discotecas cerradas, yendo de finde con los colegas a casas rurales, a Italia, a Portugal...? ¿Y si hubiera descolgado más el teléfono para mantener fútiles conversaciones pasarevista con los conocidos...? ¿Y si me hubiera tomado más en serio los planes de trabajo en vez de preocuparme por la mala racha de algún compañero...?
De ser así probablemente ayer habría estado regresando de una ciudad castellana, famosa por sus universidades, de disfrutar con los que tenía por amigos de la boda de uno de ellos. Las chicas habríamos ido por la mañana a la pelu, nos habríamos intercambiado útiles cosméticos entre palabras bobaliconas y apremios de nuestros compañeros. Habríamos tirado arroz a la salida de la boda e incluso habríamos forrado el coche nupcial de papel higiénico. Habríamos cantado en la mesa del restaurante entre copas de vino tinto, blanco, espumoso y ceniceros atiborrados de colillas. Habríamos bailado en discotecas, bares y plazas hasta que el sol hiciese acto de presencia para evidenciar rímmeles pastosos y horquillas con ansias de puenting.
Pero mi elección fue otra. No sé si la correcta o no. Otra. Y lo único que he hecho este último fin de semana es lo mismo, absolutamente idéntico, a lo que podría haber hecho en cualquier día del último año y medio. Me he levantado. He paseado a la bestia parda (único momento agradable del día). He hecho compra, comida, colada, limpieza... Y no he cruzado una palabra que no fuera mera cortesía con absolutamente nadie.
Y duele. ¡No veáis si duele!
2/11/10
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Ya, pero esa no hubiera sido tu vida, y esta sí lo es. Y no lo digo en el sentido de que hay que joderse y a lo hecho, pecho. Es que si tomaste las decisiones que te trajeron a esto, es porque esas eran tus decisiones, y esta era tu vida. Esa supuesta vida feliz no existe, y estoy seguro de que no hubiera podido existir. Seguramente hubieras tenido a la bestia parda siempre dentro, en el estómago.
ResponderEliminarY lo digo yo, experto en renuncias y vidas supuestas que nunca fueron.
Al final, Cal, somos consecuencia de nuestras propias decisiones. "Libres" o "inducidas". Lo más importante, creo yo, es ser capaz de contar lo que somos. De no hacernos trampas al solitario.
ResponderEliminarEn cualquier caso, me alegro mucho de poderte saludar.
Un abrazo.
Estoy de acuerdo con vosotros dos. ;-)
ResponderEliminarVí la película (hace ya un tiempo) de Las Vidas Posibles de Mr. Nobody, una paja mental total por cierto, y me puse a pensar mientras escribía lo que podría haber sido si en vez de venirme a vivir aquí cuando me enteré que mi padre se moría de cáncer, hubiera comenzado lo que realmente era mi vocación: reportera. Me daba palo dejar a mi madre y a mi madrina/pseudoabuela con todo el bacalao.
Y luego uno se va adocenando y pasa el tiempo y, si me hubiera ido bien... Pero me encuentro con taytantos, sin curro (y sin muchas perspectivas, la verdad, por mi edad, por ser mujer, por falta de valor...), sin amigos, sin casi familia... Uno, yo creo, en estas circunstancias -aunque no debería hacerlo- irremediablemente se hace trampas y no deja de pensar que si hubiera elegido lo otro tal vez, y sólo tal vez, le habría ido mejor.
Perdonadme por la chapa. Llevo los últimos cinco años muy desorientada. Tendría que colgar mis posts de hace ¡casi seis años! para convencerme a mí misma de que soy algo más que este saco de grasa, piel y huesos yermo y sin ganas. O de que al menos lo fui. Me gustaría dejar de ser una llorona. Lo que no sé es por dónde comenzar.
Ya, ya.
Besos, NeoGurb. Besos, Rogelio (tú también te haces de rogar con tu blog, ¿eh?).
PD. Intentaré colgar un par de posts tristes más y, ea, desterrar esta soledad de una vez por todas.
En esa hipotética vida "feliz" que planteas tampoco lo serías (feliz).
ResponderEliminarSeguramente te condenarías por haberte despreocupado de personas importantísimas para ti.
El equilibrio es difícil, seguramente imposible, pero lo importante, yo creo, para sentirse a gusto con uno mismo es no infravalorar la opción que hemos elegido y aprender a vivir con ella a cuestas y, si creemos que en el pasado no hemos elegido bien, intentar solucionarlo en el futuro.
Delante, solo delante, están los cambios que puedes llevar a cabo. Y piensa que te queda mucho más de lo que llevas vivido.
Oye, y sí que tienes amigos, merluza!!!
¡Gracias, Filla! Con lo inconformista que soy seguramente tampoco sería feliz. Es posible que nunca llegue a ser feliz, pero eso nunca se sabe.
ResponderEliminarUn beso, hermosa.
Creo que me conformaría con estar a gusto...
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