La imprenta

Después de cinco años batallando con las instituciones gubernamentales que ostentan la dudosa (dudosa o directamente saturada) gestión de los asuntos sociales de nuestra querida España, han concedido a mi Momi una pequeñita ayuda que consiste en algo así como la prevención de la dependencia y las demencias seniles. Mi madre tiene, para ser exactos, deterioro cognitivo cortical en estado severo o lo que comúnmente conocemos todos como alzheimer. Resumiendo muchísimo el tema, la pobrina no sabe ni ponerse unas bragas. :-|

Parece que lo de arriba lo digo resentida. ¡No! Estoy encantada con el pequeño curso que le están dando. Encantadísima. De verdad, que le viene muy bien. Ya casi reconoce de nuevo el color naranja. Pero lo importante en estos casos no es tanto que aprendan algo (lo cual sería fantástico) como que no olviden lo que aún recuerdan.

Coincidí con una de esas clases de prevención de la dependencia el último día que estuve en casa de mi madre, mientras hacía la maleta. Estaban en la mesa de la cocina mi momi, la chica que le cuida de lunes a viernes y la terapeuta ocupacional. El ejercicio consistía en:
Terapeuta ocupacional: Los zapatos se compran en...
Momi: ¡en la zapatería, claro!
To: La carne se compra en...
M: Hmmm, pues en la carnicería, ¿no?
To: El pescado se compra en...
M: En la pescadería.
To: ¿Los bolis y los lápices?
M: No sé... ¡en la imprenta!
To: No, Momi, ¡los lápices, el papel...!
M: Pues eso, en la imprenta.

Lo que no sabía la terapeuta es que cuando yo era pequeñita, que seguramente ella no habría nacido aún, en el pueblo sólo había dos sitios para comprar las cosas del cole: la imprenta y el estanco. De aquella aún no existían las papelerías. Lo que a mí me hizo ilusión es que mi Momi aún se acuerda de ese detalle.