27/2/11

Conversión

Conversión. A cualquiera que haya estudiado en un colegio de monjas y/o frailes le sonará esta palabra. No hablo, pues, de divisas, sino de religión.

Misa de San Pedro en la Colegiata de San Miguel Arcángel
El caso es que hace poquito, un domingo cualquiera, acompañé a mi madre a la iglesia. Ella ya no sabe ir sola y siempre ha sido muy creyente, de misa diaria. Me gusta ir de vez en cuando los domingos a la colegiata. Es ya el único día que el cura predica con el sermón que es para mí la única parte interesante de todo ese tinglado.

Llegamos al Rosario. Ya ni los curas imparten el Rosario; yo también me escaquearía. Había una señora en el púlpito pequeño llevando la contabilidad de Ave Marías. ¿Tienes insomnio? Grábate uno y póntelo en los cascos. Según tengo entendido es mejor que el Stilnox.

Al poco rato de que finalizara la letanía de susurros femeninos, se encendía la luz que ilumina el retablo del altar mayor y salía al albero eclesial el cura. Uno nuevo. Comenzaba el proceso. De pie. Sentados. De pie. Sentados. De pie. De rodillas. De pie. Sentados. De pie. Adiós.

Antes de ponernos de rodillas y después de la lectura principal según San Lucas, el sacerdote se dispuso a darnos el sermón mientras las cabezas cardadas de domingo se ponían en modo standby. Conversión. Breve silencio. Desde ese primer instante, con esa cadencia mayestática, el cura me atrapó con sus palabras. En un momento se me pasaron por la cabeza miles de sufrimientos y tropelías para llegar a esa conversión, pero los derroteros de la homilía fueron por otros caminos, por los caminos del deshacerse de todo lo que te ancla, de quitarse las capas de cebolla que nos van envolviendo con los años, de desechar de lo superfluo y quedarse con la esencia. Solo en ese preciso instante podríamos hablar de conversión.

¿Ein? Ô_ô

Volví a mirar las paredes del templo, sus retablos, sus esculturas, sus sempiternos bancos de madera y vi que no me había equivocado, que es, era y posiblemente seguirá siendo un lugar de culto católico. Y sin embargo estaba escuchando una arenga más cercana al luteranismo y al calvinismo e incluso el zen, si me apuran, que al catolicismo recalcitrante con el que he convivido desde que tengo uso de razón y en el cual el sufrimiento es inherente a la salvación.

Mientras las señoras conversaban con Dios pidiéndole favores, yo estaba absorta en el pensamiento de purga y catarsis vital. Me había dejado trastocada por una razón a priori simple: la enfermedad de mi madre (aunque más bien la educación castrante que me impartieron) es uno de mis mayores lastres para crecer, para, como diría este cura, convertirme. Y sin embargo si me deshiciese de esa inmensa capa de cebolla también estaría incumpliendo un mandamiento importantísimo para los cristianos (amaros los unos a los otros como yo os he amado), así que ¿cuál sería la solución que me podría aportar la respuesta a este dilema?

Me quedé con ganas de ir a la sacristía y, primero felicitar al párroco por su discurso, preguntarle qué haría él, como buen cristiano, en mi caso.

2 comentarios:

  1. Qué pena que no llegases a hablar con él; seguro que resultaba algo interesante.

    Un beso.

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  2. Tranquilo que ya hablaré con él en cuanto tenga ocasión, posiblemente esta semana santa. Es un tipo muy majo, muy abierto a la sociedad, a la nueva realidad social (tiene hasta Facebook). Curiosamente un cura como él fue el que hizo tambalear mi fe. Eso y leer San Martín Bueno Mártir. :-D

    Besotes.

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