El discurso del ReyMás premios, por favor.

Lo tengo claro, clarísimo. Esta noche, esta película va a arrrrrrasar literalmente en el Kodak Theatre de Los Ángeles. Lo tuve ya cristalino el día que salí -eufórica, poco menos- del cine de ver esta magnífica película, una de las que más me ha gustado en lo que va de año (junto con Animal Kingdom y También la lluvia).

Es lo que se denomina una película redonda. Las actuaciones son soberbias. Tengo entendido que Colin Firth ya había interpretado a un tartamudo en otra ocasión, pero aquí no solo tartamudea, además va a ser un Rey (el padre de la actual Reina Isabel II de Inglaterra, Canadá y etc. etc. etc.), con poca vocación al principio, eso sí. De Geoffrey Rush es que estoy enamorada desde que lo vi en Shine (de él y de Rachmaninov). Después de verle actuar con mayúsculas en este largometraje le perdono la tropelía de Piratas del Caribe. Incluso la señora de Burton -Helena Bonham-Carter- recupera el antiguo esplendor interpretativo de cintas como Una Habitación con Vistas, aunque esta mujer siempre ha tenido un punto muy peculiar en su manera de actuar, ¿no? Yo hasta me la imaginaba tomando una copita de ginebra en ayunas por la mañana. ;-)

La dirección artística es otra de las cosas que me han llamado la atención. La casa del logopeda Lionel Logue -que se dice, se comenta, se rumorea que es uno de los antros más cotizados de la diversión y el desenfreno de la capital británica en la que incluso la Moss celebró uno de sus cumpleaños, ¡arrea!- es lo más. Yo quiero ser filosóficamente cínico con semejante entorno, oye.

Otra cosa que me conquistó fueron alguno de los planos. Planos de lecturas cerradas, con espacio a priori inservible por doquier dejando pequeñito, abajo, a la derecha o a la izquierda al personaje. Algún día hablaré de mi fascinación por esas lecturas cerradas.

De la música, en fin, qué puedo decir, están Mozart y Beethoven (con su excelsa Séptima Sinfonía que en breve comentaré en ¡La muerte os sienta tan bien!), punto. Aunque la música original se me parece sospechosamente a la banda sonora de The Queen, que, ¡qué cosas!, comparten al mismo compositor: Alexander Desplat (compositor también del archiconocidísimo mago Harry Potas).

En los Goya tuve únicamente dos fallos en la porra de mi pueblo. A ver qué pasa con los Oscar...