29/7/11

El último viaje de una lata de Red Bull

En apenas dos años y medio de carné de conducir me he hecho más de 100.000 kilómetros al volante. No, no soy camionera; tengo la pequeña vicisitud de que mis dos casas distan 340 kilómetros la una de la otra y que las dos se sienten huérfanas cuando no las habito. ¡Ay, bendito don de la ubicuidad!

Al principio con tomarme un café a mitad de camino -A1 para arriba A1 para abajo- era más que suficiente para que el cansancio no hiciera mella en mi conducción. Luego ya fueron dos cafés. O tres. Incluso cuatro alguna vez. Incluso alguna parada en una zona de descanso a las tantas de la mañana con la bestia parda roncando en el maletero del coche, durmiendo a pierna suelta entre almohadones (qué suerte ser perro en según qué circunstancias). En ese momento -al igual que en cierto proceso de tu crecimiento adolescente pasas del kalimotxo a las bebidas espirituosas de más alta graduación- me di cuenta de que me tenía que pasar a algo verdaderamente fuerte: el Red Bull. Sí, ríanse, ríanse.

Durante unos meses siempre había una lata de Red Bull en el frigorífico de alguna de las casas. Esa lata me acompañaba fresca en todos mis viajes. Al principio fue una lata. Luego otra a medio camino. Luego tres. Incluso cuatro alguna vez. Pero no sé porqué extraña circunstancia mi cuerpo empezó a acostumbrarse a ese trasiego de vida en el que no paras más de cuatro días seguidos en un sitio y la ingesta de excitantes comenzó a disminuir considerablemente.

Esta última lata de Red Bull me ha ido acompañando en los que hoy por hoy considero los viajes más difíciles de mi vida. Me ha seguido mientras hacía las maletas de mi momi para ingresarla en una residencia de ancianos. Se ha aferrado a mí cuando tuve que soltar todo lo que tenía entre manos veinte días más tarde para ir al hospital en un visto y no visto a causa de una trombosis femoral que se le hizo a mi momi. Me acompañó de vuelta para ver morir a mi perro entre mis brazos. Y ahora espero que me acompañe en el viaje de vuelta para esparcir las cenizas del pelirrojillo por aquellos sitios en los que fue feliz, corriendo entre trigales y perdiéndose por nuestras montañucas palentinas.

Sólo en ese momento, en el momento en que ni un solo copo quede en la cajita de madera, abriré mi lata de Red Bull y me la beberé poco a poco, degustando su asqueroso sabor a Clamoxil, sabiendo que la vida continúa para los que aquí nos quedamos.

3 comentarios:

  1. Buen viaje, Cal. Que te quedes tranquila al terminar.

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  2. Ay, ¡ojalá, Portorosa! Yo supongo que sí, que me quedaré más tranquila al finalizar con todas estas tareas ajenas que han copado mi propia vida. Luego llegan unas mini vacaciones y me he prometido a mí misma dejarme mecer por las olas del Cantábrico sin mayor preocupación que esa. A ver si es verdad.

    Besotes.
    Cal.

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