30/1/12

Silencio

Escucho a Falla mientras escribo. Noches en los Jardines de España. Me transporta, sin yo pretenderlo, a Granada y en Granada, sin yo saberlo, fui muy feliz, casi más feliz que nunca. Don Manuel con su enérgico piano me da paz. ¿Quién podría imaginar que en el pequeño cuerpecillo del compositor habitara toda esa fuerza, toda esa pasión?

Llevo varios días condenada al silencio. Pero ¿acaso el silencio es una condena?

Caminas por las principales calles de la ciudad y predicadores de pacotilla enchufan sus altavoces a toda pastilla con letanías que marean. Entras en cualquier tienda y el hilo musical se te clava en los tímpanos, te persigue y asedia con un horrendo soniquete. Cenas apaciblemente hasta que te das cuenta de que el disco dejado de la mano de dios en la bandeja del equipo de sonido se repite una y otra vez. El Leroy Merlin, como tantos otros grandes almacenes, parece una copia insultante de un ultra luminoso Blade Runner con cientos de anuncios escupidos por los mini televisores de los lineales mientras la música animosa te invita (¿?) a comprar cosas que no necesitas. Fichas en la oficina a sabiendas de que la radio fórmula no va a parar de poner a prueba tu concentración durante todo el santo día. ¡Dicen que hace compañía!

Ruido. El ruido sí que es una condena.

Estos días rea de la soledad y el silencio de la minimansión solo han dejado más patente el ruido que también habita en mi cabeza, pugnando por salir, saliendo a ratos. Debo intentar firmar la paz conmigo misma y tal vez por eso, sin yo buscarlo, escucho a Falla mientras escribo.

2 comentarios:

  1. ¿Y en cuántos restaurantes todo parece estar bien pensado, menos la música, que han considerado que no merecía su atención, y menos la atención de un entendido (al contrario que la carta, el mobiliario, la decoración, el local...)?
    Por no hablar de las músicas ambientales, claro.
    O del ruido de la tv.

    Firma la paz, firma la paz contigo, que en el fondo te quieres mucho, Cal :)

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  2. Me acabas de recordar el restaurante Arola. Mira que a mí me gusta la Música, me empana, pero cuando la música sirve única y exclusivamente para rellenar una algo que no se sabe ni definir (porque supongo que el silencio no tiene porqué rellenarse) es espantoso.

    Lo digo porque cuando fuimos a cenar al Arola me sorprendió gratamente que NO HABÍA MÚSICA. No digo que fuera un silencio monacal porque se oía el bisbiseo de las mesas contiguas y el maître y el sumiller te iban explicando las particularidades de cada plato (a veces hasta el mismo Sergi Arola salía para comentar un sabor), pero el hecho de no tener ninguna distracción sonora te hacía disfrutar infinito más de la comida y de la compañía. Debería de hacer un post en la sección Coquinaria al respecto... pero no me acuerdo de todo lo que comimos y bebimos.

    Otro sitio, digno de post propio también, fue ¡alucina! el establecimiento donde compramos la cocina. Sí, Porto, sí. Puede sonar pedante y es muy posible que lo sea pero además de la belleza de las cocinas que mostraba en el escaparate (para ser Carabanchel no estaba nada mal), al entrar me encontré con ¡Rossini! Yo pensé que era una boutade y que al tío se le había ido la pinza con la música, pero es que la segunda vez que fui sonaba Monteverdi. Y así a la tercera, con Parker y su saxo, tuve la impronta de hablar con el dueño de música. Al final hablábamos más de música que del color de los muebles. Me invitó a ir a la Ópera. Fui. Una gozada.

    Trato de firmarla, no creas que no. ;)

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