10/4/14

De repente un te quiero.

La casa de mis padres siempre ha sido un poco el coño de la Bernarda, aquel que todo el mundo visitaba. Tal vez por eso creció, la casa, hasta alcanzar proporciones desajustadas al tamaño que requieren tres personas.

En uno de esos días en el que no había hueco sin jaleo, estaban mis primitos más pequeños, hijos de mis primitos más mayores, subiendo y bajando los trastos de arriba para abajo y los de abajo para arriba. Liándola parda, vaya. Mi madre y su inseparable compañero de viaje se estaban inquietando con tanto barullo, pero hay veces que se cumplen las leyes de la termodinámica y las fuerzas retomaron su equilibrio cuando la más pequeñaja  de todos nosotros, una brujilla rubia de pelo indomable y ojos negro carbón, se echó a los brazos de mi madre y sin venir a cuento le espetó "tía Momi, ¡te quiero más!".

Pues algo así me ha pasado a mí esta semana, pero de la forma en que suceden hoy en día las cosas, por internet. Me hubiese encantado recibir ese te quiero en vivo y en directo, con un abrazo fuerte y posiblemente alguna lagrimita (porque, agárrense, se me pusieron vidriosos los ojos).

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