En uno de esos días en el que no había hueco sin jaleo, estaban mis primitos más pequeños, hijos de mis primitos más mayores, subiendo y bajando los trastos de arriba para abajo y los de abajo para arriba. Liándola parda, vaya. Mi madre y su inseparable compañero de viaje se estaban inquietando con tanto barullo, pero hay veces que se cumplen las leyes de la termodinámica y las fuerzas retomaron su equilibrio cuando la más pequeñaja de todos nosotros, una brujilla rubia de pelo indomable y ojos negro carbón, se echó a los brazos de mi madre y sin venir a cuento le espetó "tía Momi, ¡te quiero más!".
Pues algo así me ha pasado a mí esta semana, pero de la forma en que suceden hoy en día las cosas, por internet. Me hubiese encantado recibir ese te quiero en vivo y en directo, con un abrazo fuerte y posiblemente alguna lagrimita (porque, agárrense, se me pusieron vidriosos los ojos).
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