13/8/17

Noventa y tres.

Este hastío de estío lo está petando en las listas de mejores películas una que es posible que pase desapercibida para el común de los mortales, esos que nos manejamos en torno al punto más alto de la Campana de Gauss. Después de echar pestes de Boyhood tiempo ha, parece ser que me he acostumbrado al cine en el que aparentemente no pasa nada manque la vida, que no es poco pasar (por ejemplo, salí tocando palmas y con los ojos vidriosos -ando muy llorona este 2017, El Año del Llanto, ¡dale!- cuando vi Moonlight).

Mientras Frida, la prota de Verano 1993 se enfrentaba al duelo con apenas seis años, yo era dama castellana de las fiestas (sí, "reina" de la belleza de las patronales de mi pueblo), me subí por primera vez a un avión (a las "reinas" nos regalaban un viaje, a Mallorca en este caso), tenía un novio gilipollas con el que descubrí a base de bien lo que son los celos y no tenía ni idea de qué hacer con mi vida a partir de septiembre porque me faltaban dos décimas en la selectividad para acceder a Ciencias de la Información en una uni pública (me matriculé en Físicas en Leioa y acabé estudiando Fotografía en Barna, larga historia). Poco más recuerdo.

Tenía diecisiete años.

Escribo todo esto simplemente para decir que, sí, que ha llegado el día. El día de la ilusión y el terror a partes iguales. Me acaban de añadir al grupo de Quintos del 93 en Whatsapp.

PD. Vayan a ver Verano 1993, que es muy chuli (vayan a ver, insisto, o alquílenla, etc., no se la descarguen que esta gente tiene que seguir trabajando y comiendo a la vez para hacer maravillas como esta). Cine reposado e introspectivo, eso sí, no para cualquier paladar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario