23/10/17

Vida Frankenstein.

_El mar que oigo tras la ventana, cuando no pasan coches por la carretera. El de San Vicente de la Barquera, en mis veranos de niñez. Incluso el de Somorrostro llena de jeringuillas infectadas de sida (esos nos decían), también en mi niñez.

_Las montañas palentinas. El Espigüete, el Curavacas, Peña Prieta... Subir hasta la estación de esquí abandonada de Valdecebollas. Perderme por aquellos robledales con las ganas y el miedo de cruzarte a un oso pardo.

_Las lágrimas de San Lorenzo desde el mirador de Valderredible, con una mantita al lado, por si sale el viento del Norte.

_La casa de mi ex-abuela tal como estaba antes de que sus sobrinos la vendieran, con la cocina de baldosines blancos en la trébede y pintura verde Nilo en las paredes, sin tele, con radio y un sofá en el que echar la siesta.

_El jardín de mi padre cualquier día del año.

_Fuente Sil en otoño, con los castaños de color cobre y las hortensias a punto de irse a dormir.

_La familia cuando aún vivían mis padres, mi tío y mi ex-abuela, en los 90.

_Oír el latido de un punto enano nadando despreocupado en una inmensidad bruna.

_Mis amigos y amigas del pueblo que en realidad son los de toda la vida.

_Mis compañeras, ahora amigas, de la Universidad.

_Las noches de Segovia y de Madrid antes de las leyes anti bares, anti botellón, anti gente, antes de Operación Triunfo.

_Tener al lado El Prado, el Louvre y los Museos Vaticanos.

_La eternidad en Staglieno. O con las cenizas desparramadas sobre Estambul y Roma y mi tierruca.

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